domingo, 29 de mayo de 2011

Adiós jersey, adiós

-Bueeeno, no está mal – Dijo Miguel, parecía insatisfecho, como si el beso no le hubiera gustado.
-¿Qué?, ¿qué pasa?, ¿ha estado mal el beso o…?. - Nunca me había pasado algo igual, de hecho nunca me había planteado si besaba bien o mal supongo que porque nunca nadie antes había parecido insatisfecho, pero en ese momento me sentí muy pequeña y avergonzada y también algo enfadada conmigo misma o con Miguel no podía identificarlo del todo.
-No , no. El beso ha estado genial, de verdad. Decía el helado, he probado mejores.
-Ah – Menos mal, hubiese sido muy frustrante que nuestro primer acercamiento hubiese sido tan penoso, pensé.
-Por eso te he dado un beso, ¿eh?, para quitarme el mal sabor de boca que me había dejado el helado, no por nada más.
-Ya, claro. La verdad es que muy bueno no está, he comido también mejores – Era verdad, el helado dejaba un regusto… como ácido y eso no significaba nada bueno para tratarse de un helado de dulce de leche.
-Pues en esa heladería todo está buenísimo, menudo ojo tienes ¿eh?
-Sí, suelo pillar lo peorcito del mercado – Le lancé una indirecta.
-Vaya, ¿En qué momento me he convertido en un helado?- me miró con gracia y después echó la vista al cielo.
-En este momento – Y le aplasté todo el cucurucho de dulce de leche en la cara- Me mordí los labios para contenerme la risa y también para ganar unos segundos para poder adivinar la reacción de Miguel ante tal niñería. Segundos de incredulidad, en los que Miguel me miraba a los ojos sin comprender nada de lo que había pasado. Empecé a preocuparme por si había ido demasiado lejos, pero entonces atisbé una sonrisilla debajo de un montón de dulce de leche y supe que se estaba riendo.
-Ah muy bien, ahora tengo un líquido asqueroso por toda la cara, y Dios - Se lamió un poco la cara - ¡Por Dios!, ¡Qué cosa tan ácida!
-Sí, yo creo que está en mal estado – dije mientras reía a carcajadas.
-Ahora moriré de una intoxicación y la culpa te perseguirá durante el resto de tu vida, a no ser que…
-¿A no ser que qué?- le pregunté levantando una ceja.
-Que ajustemos cuentas, ojo por ojo diente por diente, ya sabes la ley del talión.
-Uuui ya veo por dónde vas y no pien… - Demasiado tarde, un cucurucho de mascarpone con ron aterrizó en mi cara. – La verdad es que el tuyo está mucho mejor.
-Sí, es que yo sí que tengo buen ojo –Acababa de convertirme en un helado y Miguel acababa de guiñarme el ojo.
-Oye, la gente nos mira raro… ¿Tienes algo para limpiarnos la cara?
-Uhmm me parece que no, llevo lo justo, móvil, cartera y llaves. ¿Llevas tu algo? – preguntó después de haberse metido la mano en los bolsillos para comprobar que no llevaba nada.- Bueno, en dirección al metro hay una plaza, seguro que hay alguna fuente para lavarnos.
Estuvimos andando unos diez minutos hasta que llegamos a la Plaça del Diamant, donde por suerte había una fuente, pero la vergüenza de ir por la calle con helado chorreándonos por la cara quedaría siempre grabada en nuestra memoria.
-Nunca había venido tanto por aquí, es bonito.
-¿Gràcia?, sí. Tiene mucho encanto, es como un pueblo, llena de plazas, calles estrechas y empedradas pero con lo que toda ciudad ofrece, teatros, cines, supermercados, tiendas curiosísimas, buenos restaurantes y bares muy variopintos.
-Sí, ¿eres el alcalde de Gràcia o algo así? – me reí.
-La verdad es que te la he vendido. – dijo algo avergonzado
-Bueno, no me has vendido ninguna moto. Mira allí hay una fuente.
Nos acercamos y cuando Miguel apretó el botoncito de la fuente… no brotó agua ninguna.
-Mierda, pues no pienso ir al metro con esta pinta – dije convencida.
-Bueno, si quieres podemos ir al restaurante.
-No no, y que nos vea tu padre así, prefiero lo del metro. – me quedé durante unos segundos pensativa.
-¿Qué?-preguntó Miguel impaciente.
-Hay una opción, tal vez…. Y le mostré lo que llevaba en la bolsa.
-¿Mi jersey? - estuvo callado unos segundos, pensando – No pienso sacrificarle por lavarnos la cara.
-No hay otra opción Miguel, hay que afrontar las pérdidas, por muy duras que éstas sean. – Cogí una manga del jersey , se la acerqué a la cara, y le limpié la nariz, después una mejilla y cuando iba a limpiarle los labios se lanzó encima de mi cara y literalmente me comió a besos.
-Es que otra vez no soportaba el sabor de este helado y claro, tenía que quitarme el mal sabor de boca. – se “disculpó”.
Continué quitándole el helado de la cara. Al terminar, una manga y media del jersey estaba llena de dulce de leche. Me dispuse a lavarme la cara, pero Miguel cogió el jersey y me lo pasó por la cara. Primero una ceja, luego un párpado, la nariz y una mejilla, la verdad es que con su “ataque” de antes ya estaba bastante limpia.
-Creo que voy a tener que tirarlo- dijo. – Era un jersey precioso que calentaba y abrigaba mucho en invierno, me acompañó tantas veces y pasamos juntos tantos tragos- Hizo cómo que se secaba una lágrima.
-No seas teatrero. Hagamos una cosa, partámoslo, yo me quedo una parte y tu otra.
-¿Quieres que lo mutilemos?, por favor piedad que aún está de cuerpo presente. Vaale, hagámoslo, será un recuerdo del peor helado del mundo.
-Vale- Rebusqué en mi bolso y saqué unas tijeras.
-Ah muy bien, no llevas pañuelos de papel cómo hacen las personas normales pero sí unas tijeras. – dijo en un tono sarcástico.
-Sí, es que nunca se sabe cuándo las vas a utilizar para mutilar a un jersey y es mejor ser precavida. –Le entregué las tijeras- Haz tú los honores.
Me dio el jersey y lo estiré para que estuviera bien tenso. Miguel acercó las tijeras y con unos movimientos muy decididos dio algunos cortes… Ras…Ras…Ras… hasta que lo dividió en dos trozos totalmente asimétricos.
Nos acercamos hasta la boca del metro de Fontana y me preguntó qué dirección cogía.
-Zona universitaria y después he de hacer transbordo. ¿Tú?- pregunté con esperanzas de que me dijera que él también.
- No, yo no. Cojo Dirección Trinitat Nova hasta Vallcarca.
-Calles empinadas. –Es lo único que se me ocurrió decir.
-Sí- Dijo extrañado por mi estúpido comentario. Sí la verdad es que sí, además vivo en una que lo es bastante.
-Bueno, me lo he pasado muy bien esta noche.
-Yo también- Me dijo sonriendo.
Esta vez fui yo la que le dio un beso.
Y nos fuimos cada uno por nuestra dirección.
Al llegar al andén que nos tocaba a cada uno, nos pusimos en frente el uno del otro con las vías del metro que nos separaban. No pasaron diez segundos que mi metro llegó. Por una vez en la vida era puntual y por una vez en la vida hubiese deseado que se retrasara indefinidamente. Subí al metro y me senté en el asiento que estaba al lado de la ventanilla que daba directamente a Miguel. Le dije adiós con la mano y el hizo lo mismo. Cuando el metro empezó a arrancar Miguel me hizo un gesto de que me llamaría, le levanté el pulgar para expresarle que estaba conforme y sin más el metro cogió velocidad cómo si no fuera consciente del momento tan especial que estábamos viviendo los dos, y es que de hecho nadie tenía ni idea, cada uno iba con su vida y sin embargo parecía que la nuestra se había detenido al conocernos
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Marina

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