jueves, 14 de octubre de 2010

Martí

A la mañana siguiente de la cena me despertaron los rayos de sol que se colaban por los agujeros de la persiana de mi habitación y que me daban en toda la cara. Abrí los ojos y noté como si una fuerza me impidiera salir de la cama, como si estuviera atada por pies y manos al colchón y como si mi cabeza estuviera atrapada en la almohada. Cerré los ojos y me volví a dormir.
Al cabo de una hora más o menos noté como me volvía a dar el sol en la cara, y esta vez no eran sólo unos rayos sino el sol entero. Cuando abrí completamente los ojos vi a Martí, mi hermano, con las manos en la cinta de la persiana lo que indicaba que la acababa de subir él.
Por ese entonces mi hermano tenía seis años y se pasaba todo el día trasteando, tengo que decir que aún así, me lo hubiera comido entero a besos. Mi hermano, al igual que yo, ha heredado el pelo rojizo de mi abuela Anne (mi abuela materna) pero, y muy a mi pesar, ha heredado también unos magníficos ojos color verde manzana que yo no he tenido la fortuna de heredar.
-Martí... déjame dormir un poquito más...- le supliqué.
-Pero es tarde ya y dentro de poco vamos a comer... además, quiero jugar. Vaaaa Marinaaaaa levantaaaaaa.
-No, va, baja la persiana que el sol me está molestando- volví a suplicar.
-Pero el sol es bueno, da luz, calor, hace crecer a las plantas y dice cuándo nos tenemos que levantar- y al acabar de decir esto saltó, de una manera bastante ágil para su edad, encima de mi cama.
-No, Martí. El sol no es bueno ni malo, la puerta no es mala aunque te hayas pillado los dedos, la mesa no se ha hecho daño aunque le hayas dado un golpe. Las cosas no sienten.- En clase de psicología infantil estábamos dando precisamente los niños de 5 a 6 años y se supone que es esta edad cuando los niños dejan de creer que las cosas tienen sentimientos, pero Martí aún no había llegado a esa etapa y me preocupaba.
-Valeeee, pero tú sí eres mala porque no quieres jugar conmigo. Y tú no eres una cosa así que sí que te lo puedo decir. Eres mala.
-Y tú eres un pesado.
-Mala- me sacó la lengua.
-Tonto- le dije haciéndole burla.
-Tonta tú- e hizo la misma burla que le había hecho yo.
-Monstruo- empecé a ponerme nerviosa, quería y necesitaba dormir.
-Bruja.
-¡¡Idiota!!- se me escapó, inmediatamente un puchero empezó a formarse en la cara de mi hermano... todo quedó en silencio... y en cuestión de segundos mi hermano empezó a llorar como hacía tiempo que no le veía, me intentó pegar con su puñito en la pierna pero tan sólo me rozó y se fue llorando de mi habitación.
Empecé a sentirme fatal. Era, sin dudas, la peor hermana del mundo. Y sí, era una bruja tal y como me había llamado él. Me levanté de la cama y cogí la guitarra, la afiné y me puse a tocar "Ironic" de Alanis Morisette, hasta que al cabo de un rato mi madre vino a mi habitación.
-Marina, tu hermano está llorando en su habitación.
-Aún está llorando...- me sentía tan mal.
-Sí, le he visto correr como un desesperado por el pasillo, ha tirado el mando de la play al suelo y se ha encerrado en su habitación. Me ha dicho que eres muy mala y que el mando de la play se ha hecho daño. ¿Qué ha pasado?.
-Nada...
-Marina.
-Vale... vino a despertarme y subió la persiana hasta arriba dándome todo el sol en la cara. Me dijo que quería jugar y yo no le hice caso, me llamo mala y yo tonto y entonces empezó una espiral de insultos que acabó cuando yo le llamé idiota.
-¿No crees que te has pasado?, él quería jugar a la play como tú le habías prometido. Llevas unos días muy distraída, no estás nunca en casa, sólo estás con Tina y no dejas que ni siquiera te preguntemos cómo te vas las cosas. Y me preocupa Marina... eres ya mayorcita y deberías darte cuenta por ti misma de estas cosas. Porque si no eres mayorcita para esto tampoco eres mayorcita para tener una cena con un chico que no conoces de nada.
-¿Qué?, ¿Cómo lo sabes?.
-Marina, yo lo sé todo.- me guiñó el ojo. Y también sé que tu hermano está muy disgustado, así que ves a su habitación y habla con él.
Hice caso a mi madre y fui hasta la habitación de mi hermano. Piqué a la puerta y me gritó que me fuera, pero aún así la abrí. Mi hermano aún tenía los ojos y la cara rojos y llevaba las mangas del pijama mojadas de haberse secado las lágrimas. Iba a ser difícil que me perdonara.
-Martí, cariño... lo siento, soy una tonta y no quería decirte eso tan feo que te he dicho antes, ¿vale?, ¿me perdonas, ojitos?.
-El mando de la play se ha hecho daño.
-Vaya... pues lo arreglaremos, ¿vale?, lo siento mucho, Martí... yo no quería...- no pude acabar la frase porque mi hermano ya me había perdonado.
-Vale, no pasa nada. ¿Quieres jugar a la play conmigo o quieres seguir durmiendo?
-¿A ti qué te parece?, por supuesto que quiero jugar contigo.
-¡¡Bien!!, te voy a pegar una paliza- y se fue corriendo al salón, donde está la play, dando saltos y sonriendo.
Al parecer no me había guardado tanto rencor y supo disculparme a la primera. Algo que a los adultos nos cuesta mucho esfuerzo hacer.
Yendo hacia el salón miré por el rabillo del ojo hacia mi habitación. Y allí, en la silla de mi escritorio, estaba el jersey de Miguel, esta vez abrazando, no mi cintura, sino el respaldo.
Marina