domingo, 29 de mayo de 2011

Adiós jersey, adiós

-Bueeeno, no está mal – Dijo Miguel, parecía insatisfecho, como si el beso no le hubiera gustado.
-¿Qué?, ¿qué pasa?, ¿ha estado mal el beso o…?. - Nunca me había pasado algo igual, de hecho nunca me había planteado si besaba bien o mal supongo que porque nunca nadie antes había parecido insatisfecho, pero en ese momento me sentí muy pequeña y avergonzada y también algo enfadada conmigo misma o con Miguel no podía identificarlo del todo.
-No , no. El beso ha estado genial, de verdad. Decía el helado, he probado mejores.
-Ah – Menos mal, hubiese sido muy frustrante que nuestro primer acercamiento hubiese sido tan penoso, pensé.
-Por eso te he dado un beso, ¿eh?, para quitarme el mal sabor de boca que me había dejado el helado, no por nada más.
-Ya, claro. La verdad es que muy bueno no está, he comido también mejores – Era verdad, el helado dejaba un regusto… como ácido y eso no significaba nada bueno para tratarse de un helado de dulce de leche.
-Pues en esa heladería todo está buenísimo, menudo ojo tienes ¿eh?
-Sí, suelo pillar lo peorcito del mercado – Le lancé una indirecta.
-Vaya, ¿En qué momento me he convertido en un helado?- me miró con gracia y después echó la vista al cielo.
-En este momento – Y le aplasté todo el cucurucho de dulce de leche en la cara- Me mordí los labios para contenerme la risa y también para ganar unos segundos para poder adivinar la reacción de Miguel ante tal niñería. Segundos de incredulidad, en los que Miguel me miraba a los ojos sin comprender nada de lo que había pasado. Empecé a preocuparme por si había ido demasiado lejos, pero entonces atisbé una sonrisilla debajo de un montón de dulce de leche y supe que se estaba riendo.
-Ah muy bien, ahora tengo un líquido asqueroso por toda la cara, y Dios - Se lamió un poco la cara - ¡Por Dios!, ¡Qué cosa tan ácida!
-Sí, yo creo que está en mal estado – dije mientras reía a carcajadas.
-Ahora moriré de una intoxicación y la culpa te perseguirá durante el resto de tu vida, a no ser que…
-¿A no ser que qué?- le pregunté levantando una ceja.
-Que ajustemos cuentas, ojo por ojo diente por diente, ya sabes la ley del talión.
-Uuui ya veo por dónde vas y no pien… - Demasiado tarde, un cucurucho de mascarpone con ron aterrizó en mi cara. – La verdad es que el tuyo está mucho mejor.
-Sí, es que yo sí que tengo buen ojo –Acababa de convertirme en un helado y Miguel acababa de guiñarme el ojo.
-Oye, la gente nos mira raro… ¿Tienes algo para limpiarnos la cara?
-Uhmm me parece que no, llevo lo justo, móvil, cartera y llaves. ¿Llevas tu algo? – preguntó después de haberse metido la mano en los bolsillos para comprobar que no llevaba nada.- Bueno, en dirección al metro hay una plaza, seguro que hay alguna fuente para lavarnos.
Estuvimos andando unos diez minutos hasta que llegamos a la Plaça del Diamant, donde por suerte había una fuente, pero la vergüenza de ir por la calle con helado chorreándonos por la cara quedaría siempre grabada en nuestra memoria.
-Nunca había venido tanto por aquí, es bonito.
-¿Gràcia?, sí. Tiene mucho encanto, es como un pueblo, llena de plazas, calles estrechas y empedradas pero con lo que toda ciudad ofrece, teatros, cines, supermercados, tiendas curiosísimas, buenos restaurantes y bares muy variopintos.
-Sí, ¿eres el alcalde de Gràcia o algo así? – me reí.
-La verdad es que te la he vendido. – dijo algo avergonzado
-Bueno, no me has vendido ninguna moto. Mira allí hay una fuente.
Nos acercamos y cuando Miguel apretó el botoncito de la fuente… no brotó agua ninguna.
-Mierda, pues no pienso ir al metro con esta pinta – dije convencida.
-Bueno, si quieres podemos ir al restaurante.
-No no, y que nos vea tu padre así, prefiero lo del metro. – me quedé durante unos segundos pensativa.
-¿Qué?-preguntó Miguel impaciente.
-Hay una opción, tal vez…. Y le mostré lo que llevaba en la bolsa.
-¿Mi jersey? - estuvo callado unos segundos, pensando – No pienso sacrificarle por lavarnos la cara.
-No hay otra opción Miguel, hay que afrontar las pérdidas, por muy duras que éstas sean. – Cogí una manga del jersey , se la acerqué a la cara, y le limpié la nariz, después una mejilla y cuando iba a limpiarle los labios se lanzó encima de mi cara y literalmente me comió a besos.
-Es que otra vez no soportaba el sabor de este helado y claro, tenía que quitarme el mal sabor de boca. – se “disculpó”.
Continué quitándole el helado de la cara. Al terminar, una manga y media del jersey estaba llena de dulce de leche. Me dispuse a lavarme la cara, pero Miguel cogió el jersey y me lo pasó por la cara. Primero una ceja, luego un párpado, la nariz y una mejilla, la verdad es que con su “ataque” de antes ya estaba bastante limpia.
-Creo que voy a tener que tirarlo- dijo. – Era un jersey precioso que calentaba y abrigaba mucho en invierno, me acompañó tantas veces y pasamos juntos tantos tragos- Hizo cómo que se secaba una lágrima.
-No seas teatrero. Hagamos una cosa, partámoslo, yo me quedo una parte y tu otra.
-¿Quieres que lo mutilemos?, por favor piedad que aún está de cuerpo presente. Vaale, hagámoslo, será un recuerdo del peor helado del mundo.
-Vale- Rebusqué en mi bolso y saqué unas tijeras.
-Ah muy bien, no llevas pañuelos de papel cómo hacen las personas normales pero sí unas tijeras. – dijo en un tono sarcástico.
-Sí, es que nunca se sabe cuándo las vas a utilizar para mutilar a un jersey y es mejor ser precavida. –Le entregué las tijeras- Haz tú los honores.
Me dio el jersey y lo estiré para que estuviera bien tenso. Miguel acercó las tijeras y con unos movimientos muy decididos dio algunos cortes… Ras…Ras…Ras… hasta que lo dividió en dos trozos totalmente asimétricos.
Nos acercamos hasta la boca del metro de Fontana y me preguntó qué dirección cogía.
-Zona universitaria y después he de hacer transbordo. ¿Tú?- pregunté con esperanzas de que me dijera que él también.
- No, yo no. Cojo Dirección Trinitat Nova hasta Vallcarca.
-Calles empinadas. –Es lo único que se me ocurrió decir.
-Sí- Dijo extrañado por mi estúpido comentario. Sí la verdad es que sí, además vivo en una que lo es bastante.
-Bueno, me lo he pasado muy bien esta noche.
-Yo también- Me dijo sonriendo.
Esta vez fui yo la que le dio un beso.
Y nos fuimos cada uno por nuestra dirección.
Al llegar al andén que nos tocaba a cada uno, nos pusimos en frente el uno del otro con las vías del metro que nos separaban. No pasaron diez segundos que mi metro llegó. Por una vez en la vida era puntual y por una vez en la vida hubiese deseado que se retrasara indefinidamente. Subí al metro y me senté en el asiento que estaba al lado de la ventanilla que daba directamente a Miguel. Le dije adiós con la mano y el hizo lo mismo. Cuando el metro empezó a arrancar Miguel me hizo un gesto de que me llamaría, le levanté el pulgar para expresarle que estaba conforme y sin más el metro cogió velocidad cómo si no fuera consciente del momento tan especial que estábamos viviendo los dos, y es que de hecho nadie tenía ni idea, cada uno iba con su vida y sin embargo parecía que la nuestra se había detenido al conocernos
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Marina

domingo, 22 de mayo de 2011

Segunda toma de contacto

¿Habéis ido alguna vez por Gràcia de noche?. Hay dos tipos de personas según su idea de la vida nocturna de ese barrio: Para unos no es más que el entretenimiento de ir esquivando borrachos, cristales en el suelo, calles oscuras estrechas y algo sucias, bares sospechosos y que no pasarían el control de sanidad, pero sobretodo alboroto, mucho alboroto. Pero para otros el borracho de antes es un personaje que vive la vida, los cristales provienen de la botella que ha sido fuente de diversión para algún grupo de amigos, las calles son íntimas, tranquilas y con un encanto especial, los bares son alternativos y no hay alboroto, hay vida. Aquella noche Miguel y yo pertenecíamos al segundo grupo.

Había menos gente de lo que es normal por las calles, seguramente influía que era una noche bastante fría. Íbamos de la mano en dirección a la heladería cuando pasamos por delante de las salas de cine de la calle Verdi en ese momento un grupo de chicas comentaban lo atractivo que salía Jack Sparrow en la nueva de Piratas del Caribe, por defecto al oír "Sparrow" no me apareció la cara del Capitán con sus bolitas de colores en el pelo, su sombrero, los ojos pintados y la piel morena sino que se me apareció mi Jack Sparrow, el del pub, el de la Barceloneta, el de los cacahuetes y el hospital, el de las sábanas de color vino y al cual le debía una funda de sofá nueva.


Noté la mano cálida de Miguel, le miré a la cara disimuladamente. Su pelo y su bufanda parecían bailar con el viento, me fijé en que tenía un agujero en la oreja pero no llevaba ningún pendiente, busqué su manchita en el ojo y sí seguía allí, le mire a los labios mientras los movía porque me estaba hablando ( y la verdad es que no sabía de qué, había perdido el hilo de lo que me decía), volví a mirar a sus ojos verdes a juego con las rayas de su bufanda. Entonces se dio cuenta de que le estaba observando, me miró a los ojos y me sonrió, le sonreí.


-No te estás enterando de nada ¿verdad?-me preguntó.

-La verdad es que no, lo siento, ¿qué decías? - me sentía culpable pero la verdad es que me hubiera tirado otros cinco minutos observándole mientras me hablaba.

-Nada interesante, ¿tú dónde estabas? - dijo con un tono bastante divertido teniendo en cuenta que había pasado de lo que me estaba diciendo.

-Estaba.... estaba en el agujero que tienes en la oreja, no tienes pinta de llevar pendientes.-¿No?, pues te sorprenderá el cristo que llevo tatuado en la espalda, el corazón con el nombre de mi madre y los piercings en los pezones.

-Uhmm que imagen más erótica - nos reímos los dos. - Ahora en serio ¿cómo que tienes un agujero?.

-Mi oreja fue víctima de una de esas noches en las que no sabes ni lo que haces.

-¿Y despertaste con el agujero en la oreja?.

-Exacto - dijo algo avergonzado.

-Eh, que no te dé vergüenza, es algo que puede pasar.

-Puede pasar, pero dos veces es demasiado.

-¿¡Dos veces!? - pregunté incrédula.

-Sí, no fue muy divertido cuando me desperté con un delfín saltando un arco iris en el culo.

-No me lo puedo creer, ¿en serio llevas eso tatuado?.
-¿En serio? - preguntó - No, en serio no.

-Menos mal, ¿entonces nada de tatuajes?.

-Ni uno - contestó. -¿Tú? - preguntó.

-Yo tampoco - mentí.

Llegamos a la heladería aún cogidos de la mano. Pedimos nuestros respectivos helados aún de la mano y fuimos a pagar aún de la mano pero esto último resultaba difícil porque era imposible abrir el bolso, sacar el monedero, escoger las monedas adecuadas, pagar y coger el cucurucho con una sola mano.


-Creo que deberíamos soltarnos - objetó Miguel.

-Claro, sí sí - me sentí tonta, pero supongo que eso, al igual que lo del agujero en la oreja, puede pasarle a cualquiera. - Es una pena que no tengan chocolate desecho para echar por encima del helado - dije cuando ya nos habíamos ido de la heladería.

-Ahora ya no es lo mejor que puede haber, ¿no?. -preguntó haciendo alusión al diálogo que tuvimos justo antes de cogernos de la mano.

-Bueno, esto es mucho mejor que un simple helado en invierno con chocolate desecho por encima.
-¿Sí?, ¿porqué?. - me preguntó.

-Porque no te has largado corriendo cuando te he soltado de la mano - dije recordando lo que el me había dicho en la milésima de segundo antes de que nuestras manos se juntaran.

-¿Porqué iba a hacerlo?. - me preguntó después de haber probado su helado.

-Porque yo lo hubiera hecho.

-Entonces Marina no me dejas otra opción - me robó el cucurucho de la mano y empezó a correr.


Me quedé plantada sin saber bien qué hacer, pero entonces dejé que mi cuerpo pensara y no mi mente la que lo hiciera, así que empecé a correr y correr detrás de él. El aire me daba de cara y me hacía volar el pelo, todo parecía borroso a mi alrededor y tan sólo le veía a él, quería llegar a él, pero era imposible corría realmente rápido.

Miró hacía atrás y cuando vio que ya no podía más paró en seco, pero yo llevaba tanto impulso que no pude reducir la velocidad y me choqué con él. En el choqué me di contra mi cucurucho y me manché la mejilla de helado.


-¿De qué es tu helado? - me preguntó algo serio y sin mirarme directamente a los ojos.

-De dulce de leche. - le contesté con su mismo tono de voz, algo serio, tranquilo y grave.-¿Puedo probarlo?.

-Claro.

Y entonces sucedió algo que no esperaba, Miguel se acercó a mí hasta estar a milímetros de mi cara, me miró a los ojos y me sonrió, acercó sus labios hasta mi mejilla y lamió el helado que tenía en ella, después y durante tres segundos me miró directamente a los ojos como si estuviera pidiendo permiso, le sonreí, me sonrió y entonces ya sí, nuestros labios se rozaron y bailaron al ritmo de nuestros corazones.

Marina

domingo, 15 de mayo de 2011

Toma de contacto

-¿A que eran deliciosos? - me preguntó Miguel.
-Pues sí, la verdad - realmente esos eran los mejores tallarines que había comido nunca.
-Me alegro de que te hayan gustado. Oye, que no se enteren que te digo esto pero... los postres no son un punto fuerte de este restaurante.
-¿Ah no? - le pregunté sorprendida por su sinceridad.
-No, las natillas caseras se llaman "caseras" porque es nuestro cocinero quién mezcla los polvitos con el agua hirviendo, y el tiramisú al toque se llama "al toque" porque se le añade al lado un montón de nata de la mala para que el postre parezca más contundente a pesar del minúsculo trozo de tiramisú que te ponen.
-Pues si es así... gracias por la advertencia - odio la nata de spray.
-Así que, si te parece bien, podríamos ir a una heladería que hay aquí cerca o si prefieres ir más fuerte podríamos ir a un pub que hay también muy cerca, creo que ya te hablé de él.
-Sí, uhmm mejor vamos a por ese helado, me apetece mucho - me aterrorizó la idea de encontrarme a Sparrow en el pub.
-Pues déjame que pague y nos vamos a por los helados, tienen uno de mascarpone con ron que es delicioso. - Me dispuse a sacar el monedero de mi bolso, pero ni siquiera pude llegar a tocarlo, Miguel me paró las manos. - Este restaurante es como mi casa, no te puedo dejar pagar, además no te preocupes, ser hijo del jefe conlleva descuentos importantes. - Dejó el dinero en la mesa, hizo una señal a uno de los camareros y nos levantamos de nuestras respectivas sillas, fue entonces cuando me di cuenta que nos habíamos acabado todo el vino de la botella, todo daba vueltas a mi alrededor.
-Madre mía, ¿nos lo hemos bebido todo? - Miguel asintió con una leve sonrisa en la cara y me acompañó en todos mis movimientos con su mano en el hombro, debía de parecerle bastante torpe. -No estoy borracha, tranquilo.
-Lo sé, pero si ya eres torpe en estado natural, bebida podrías tropezarte hasta con un papel que estuviera en el suelo.
-Muy gracioso, pues para tu información soy campeona en salto de obstáculos.
-¿Campeona de qué? - preguntó mientras abría la puerta del restaurante, al hacerlo, un soplo de aire frío me sorprendió... realmente estaba siendo un marzo muy duro.
-De salto de obstáculos.
-¡Eso ya lo sé!, me lo acabas de decir, digo de qué, de Barcelona, de Catalunya, de España.... del mundo... - me sonó demasiado irónico.
-Ahora no te lo digo - se echó a reír.
-Va Marina, no seas así, dímelo.
-De mi colegio de York.
-¿Cuándo dices colegio quieres decir clase?- me preguntó divertido, y la verdad es que yo también me estaba divirtiendo.
-Sí, quiero decir clase.
-¿Cuántos erais?- preguntó a la vez que se colocaba una bufanda a rayas verdes que le sentaba genial.
-10. - contesté secamente.
-No necesito hacer más preguntas - dijo con tono victorioso.
-Ya te encontraré puntos flojos, no sufras que todos los tenemos.
¿Aún no has encontrado ¿ninguno?.
-Sí, uno.
-¿Cuál?.
-No te lo voy a decir, me lo reservo - me hice la interesante.
-Vale, te creo. ¿Te sigue apeteciendo el helado?, lo digo porque hace fresco y quizá estaríamos mejor en ese pub.
-No hay nada como comerse un helado con chocolate deshecho por encima en invierno.
-Tienes razón, pero incluso eso se puede mejorar.
-¿Cómo? - las yemas de nuestros dedos se rozaron accidentalmente.
-Comiendo un helado en invierno contigo. - me cogió de la mano y yo me quedé callada sin saber qué decir.


De esa noche lo que menos recuerdo fue nuestra cena en el restaurante, los tallarines, el vino, nuestro roce de manos, ese helado... porque hay tres segundos que eclipsan a todo lo demás.




Marina

viernes, 6 de mayo de 2011

Tallarines al pesto acompañados de una copa de vino rosado y de Miguel

Mientras estaba en la mesa esperando a la suculenta cena iba mirando a Miguel de reojo y me iba dando cada vez más cuenta de las toneladas y toneladas de suerte que había tenido al caerme aquel día en el bus, porque Miguel era aquella pieza que falta en un puzzle, la escasa pasta de dientes que sale del tubo vacío al apretar y apretar, el chicle de un chupa chups, la sorpresa de un huevo kinder, la vela que no se apaga de una tarta de cumpleaños, la última hoja de un árbol caduca en otoño... Miguel era algo caído del cielo, aunque también algunas veces parecía algo venido de lo más fondo del infierno.

-Aquí están tus tallarines - me anunció Miguel a la vez que dejaba el plato sobre la mesa - y aquí estoy yo con los míos - dejó un segundo plato sobre la mesa y se sentó en la silla que tenía enfrente.



-¿Vas a cenar entre servir una mesa y otra?- le pregunté.

-Créeme que si lo hiciera pasaría tanto tiempo entre bocado y bocado que podría hacer la digestión del último - Miguel acercó la nariz al plato y cerró los ojos al percibir el hipnotizante aroma de los tallarines. -Vamos, pruébalos, están deliciosos - me dijo mientras enrollaba unos pocos con el tenedor.

Le hice caso y me metí una buena tanda de tallarines en la boca y entonces noté cómo si tuviera lava incandescente en la boca.

-¿No te gustan? - se atrevió a preguntar Miguel con una notable preocupación en su rostro.

Pero yo no podía responder porque tenía la boca ardiendo y llena de tallarines.

-¿Están sosos? - me preguntó a lo que yo le negué con la cabeza -¿Demasiado picantes? - negué otra vez con la cabeza - ¿Están crudos? -negué desesperadamente de nuevo con la cabeza -¡¡Aah!! están ardiendo!! - Afirmé con la cabeza, me tragué los tallarines, bebí un buen sorbo del vino fresquito y saqué disimuladamente la lengua para que se me enfriara un poco.

-¿Vas a cenar conmigo? - me atreví a preguntar, aunque la respuesta era bastante evidente.

-Eso tenía pensado, he pedido al jefe que me dejara cenar contigo, le he tenido que decir que eras una pobre moribunda a la que no le íbamos a quitar su última cena acompañada de un tío tan bueno como yo.

-Ibas bien hasta lo del tío bueno, la última parte te ha delatado - bebí un sorbito de vino y proseguí - Igualmente, que jefe más comprensible tienes, ¿no?.

-Sí, es el típico jefe que cuesta pillarle el truco pero una vez lo pillas le tienes en el bote, y claro, 24 años con él dan para pillarle el truco unas cuantas veces.

-¿Le conoces desde hace 24 años?, entonces, ¿cuántos años tienes tú? - estaba algo sorprendida dado que si le conocía desde que trabajaba con él eso suponía que como mínimo Miguel tenía... 40 y eso... eso era imposible.

-Puedo contestarte a las dos preguntas con una sola respuesta... Francisco, mi jefe, es mi padre - le dio un sorbo al vino y me invitó con un gesto de mano a que yo hiciera lo mismo.

-¿Y no te sientes algo... presionado al trabajar con él? no sé, creo que no me gustaría trabajar con mi padre.

-A todo te acostumbras cuando no hay mejores opciones. He trabajado en otros sitios pero en ninguno me he acabado sintiendo a gusto y de estudiar ni hablemos, siempre he sido un desastre con las mates eso de logaritmos o límites cuando la X tiende a la izquierda, ¡menuda tontería! - dijo algo divertido pero noté cómo le cambiaba rápidamente el semblante - Vaya, ahora es cuando me confiesas que estudias matemáticas - no le contesté -¿Las estudias?.

-¡Qué va!, estudio segundo de psicología - me sabía mal hacerle pasar mal así que le dije la verdad sin rodeos.

-Psicóloga - dijo mientras afirmaba y me miraba directamente a los ojos.

-Bueno, a eso aspiro - no aparté mis ojos de los suyos.

-Tendrás que tratar con gente muy..... muy ¿especial?, ¿ no te da algo de cosa?.

-Me gusta la gente especial aunque bueno, más bien esa gente son personas que necesitan una ayuda y estudio para podérsela dar. Recuerdo cómo en nuestra anterior cena me dijiste que era una chica algo especial ¿me consideras como una loca? - por supuesto se lo decía de broma, aunque Miguel parecía algo serio, así que levanté mi copa y con un pequeño gesto le induje a que hiciera lo mismo, cuando reposé la copa en mis labios, él hizo lo mismo con la suya, dejé que el vino empapara mis papilas gustativas a la vez que él lo hacía también, dejamos que cayera por nuestras gargantas y dejamos la copa a la vez sobre la mesa y por supuesto, todo esto pasó sin dejar de mirarnos a las pestañas... pude ver que Miguel tenía una manchita de un verde más oscuro que el resto del iris en el ojo izquierdo.

-Bueno, todos lo somos un poco, ¿no? - contestó a mi pregunta sonriendo.

-Sin duda - y cogí unos cuantos tallarines con el tenedor.






Nuestra segunda cena había sido totalmente inesperada y desde luego estaba siendo igual o mejor que la primera. De las cenas que tenían que venir después... sólo puedo decir que hubo mejores que ésta segunda y unas pocas peores que todas las anteriores.




Marina

domingo, 1 de mayo de 2011

Esta vez sí

Fueron las dos semanas más largas de mi vida. Por la mañana, al despertarme, todo se me hacía cuesta arriba porque significaba que aún tenían que pasar X días hasta poder ver a Miguel, las clases eran aburridas ni siquiera Tina me las podía animar, las tardes eran peor porque tenía que estudiar sin ganas y con la cabeza más en Gràcia que no en el libro que tenía delante y por las noches sufría pequeños episodios de insomnio que por suerte se arreglaban con dos valerianas. Ahora entendéis por qué fueron unas pésimas semanas, ¿verdad?.

Pero por suerte ( o por desgracia ), todas las cosas tienen un tiempo limitado y esas dos semanas no iban a ser una excepción. Ese lunes desperté contentísima, desayuné como nunca y hasta le di un beso de buenos días a Martí, las clases pasaron rápido y ese día Tina parecía estar envuelta en un aura que con tan sólo mirarlo una oleada de carcajadas te salían de lo más interior de tu ser.
Una vez en casa me senté a leer un ratito pero en 40 minutos no pasé de página ni una sola vez pues tenía algo en el estómago con lo que se me hacía imposible prestar atención a la historia, finalmente desistí y dejé el libro encima de mi cama. No sabía qué podía hacer para entretenerme así que me decidí a ir andando hasta Gràcia ya que eso seguro que me entretendría y así haría estómago para poder comer unos buenos tallarines al pesto en el restaurante de Miguel.

Por uno de esos caprichos del destino esa semana se estrenaba la nueva entrega de "Piratas del Caribe" así que en todas las paradas de autobús y en todas las marquesinas con las que me cruzaba por el camino aparecía el rostro del Capitán Jack Sparrow y cada vez que lo veía se me aparecía la sonrisa pícara de mi particular Capitán. Decidí que eso no estaba bien ya que en cuestión de minutos iba a ver a Miguel así que me pasé el resto del camino mirando hacia los adoquines de las calles. Así, unos adoquines hexagonales y con dibujos de Gaudí me indicaron que ya estaba en Passeig de Gràcia y que tan sólo tenía que callejear un poco más para llegar al restaurante.

A eso de las 20.30 mi mano derecha se encontraba girando el pomo del restaurante mientras que en la mano izquierda tenía cogida fuertemente la bolsa en la cual llevaba el jersey de Miguel. Conté hasta tres antes de abrir la puerta, estaba algo nerviosa... uno, doooos, dos y medio, dos y tres cuartos, dos con nueve, dos con nueve períooodo y cuando ya se me acababan los número para llegar hasta el tres la puerta se abrió para dentro y yo, que estaba bastante apoyada en ella... caí a cuatro patas sobre el suelo del restaurante. Por suerte, nadie pareció haberse dado cuenta y tan sólo tuve que recibir las atenciones del camarero que había tirado de la puerta debido a mi indecisión para hacerlo.

-Vaya, lo siento, ¿está bien?- dijo casi de carrerilla el camarero que había abierto la puerta.


-Sí, creo que no me he hecho nada - y entonces me dí cuenta de que el labio me sangraba un poco. El camarero debió percartarse también y me acompañó ambclemente hasta el baño de mujeres. Cinco minutos después salí del baño sin sangre en los labios pero con la dignidad por los suelos.


-¿Quieres quedarte a cenar? invita la casa por lo ocurrido-. Pobre camarero, creo que se veía con una denuncia puesta.


-No, no qué va. Bueno, sí, me quedo a cenar pero tranquilo, no hace falta que invite la casa-. El camarero de acento cubano me estuvo insistiendo durante más de dos minutos y finalmente llegamos a un acuerdo, el restaurante me invitaba a las bebidas. Después del regateo me acompañó hasta mi mesa y me pidió rápidamente nota.-Unos tallarines al pesto y un agua natural de grifo, gracias-. El camarero después de indignarse por el agua y de reír por lo bajo se fue hacia la cocina para anunciar mi pedido.

Si la primera vez que vi aquel restaurante se me antojó como un lugar desconocido, por aquel entonces ya se me antojaba como un sitio familiar.
Sorprendentemente lo primero que hice no fue buscar desesperadamente a Miguel, sino comer un paquetito de palitos de pan que había al lado de los cubiertos y aunque la sal de los palitos hacía que me escocieran un poco los labios hay que reconocer que estaban deliciosos. Después de esto, ya sí que empecé a mirar, disimuladamente, hacia todos los lados del restaurante, pero no había ni rastro de él. Empecé a preocuparme e intenté autoconvencerme de que si me habían dicho que iba a estar sólo dos semanas de baja iban a ser dos semanas, ni un día más, ni un día menos y que hoy ya tenía que estar trabajando. Decidí pensar en otra cosa y entonces me percaté de que esta vez no había notado el olor de salsa a los cuatro quesos que siempre ronda en la atmósfera del restaurante, así que me concentré y concentré hasta que por fin me percaté de ella y supuse que no la había notado porque mi olfato ya se había acostumbrado a ella. También me obligué a pensar en el examen que tenía en dos días y del cual sabía que nadie iba a salir vivo porque la Peláez nos iba a escarmentar por nuestro comportamiento, ya que no parábamos de hacer bromas con los nombres de los fármacos, como por ejemplo "lapdelpeltiubdeal" que era un estimulador del ánimo y el nombre del cual recodábamos gracias a esta oración "la pesada de la Peláez tiene un bigote descomunal". Pero como humana que soy caí en la tentación de volver a preocuparme por la ausencia de Miguel, llevaba ya más de 20 minutos en ese restaurante y aunque yo no le hubiera visto, él ya me habría visto a mí y me habría venido a saludar, en teoría. Pero de repente, cuando ya no me apetecía estar allí y muchos menos me apetecía ese plato de tallarines al pesto una copa de vino rosado apareció en mi mesa, miré a mi derecha y allí estaba él, allí estaba el chico de las pecas en los brazos, allí estaba Miguel.


-¿Siempre tienes que entrar a los sitios haciendo numeritos?-. Una sonrisa dulce y divertida asomó en nuestros respectivos labios aunque los míos aún estuvieran algo resentidos del golpe contra el suelo del restaurante. Empecé a recordar mi estrepitosa caída en el autobús y en la del restaurante y empecé a ponerme un poco roja.


-Ya ves, las buenas costumbres nunca se abandonan.-Respondí algo avergonzada.

-Tienes mucha razón, por eso te he traído este vino rosado, como en nuestra cena.- y se frotó el labio inferior con el superior, un gesto que ya había hecho a menudo y que a mí me encantaba.

-Desde luego es mucho mejor que el agua de grifo que había pedido-.Repuse.

-Infinitamente mejor.- me miró fijamente a los ojos, me dijo un pequeño adiós con la mirada y después se fue a servir más mesas.

Aunque yo estaba segura que ese "adiós" con la mirada no era más que un "hasta luego".






Marina