viernes, 12 de agosto de 2011

Cuando menos lo esperas...

Cuando tienes un examen de una de las asignaturas más duras de tu carrera a la mañana siguiente, lo que menos deseas es que acabe la jornada en la facultad y tener que volver a casa, comer algo rápido y ponerte a estudiar recordando a toda la familia de quienquiera que hubiese intervenido en la creación o descubrimiento de aquello que estudias. Y con ese deseo de alargar todo lo que se pudiera la vuelta a casa bajábamos Tina y yo las escaleras hacia el patio exterior de la facultad mientras repasábamos los apuntes que entraban para el examen del día siguiente, resolvíamos dudas, nos aguantábamos las lágrimas que estaban a punto de caer de nuestros ojos e implorábamos a todos los dioses para que se produjera un milagro. Pero a veces, y cuando menos te lo esperas, tu suerte puede cambiar.

-No entiendo por qué tenemos que estudiar esto. Se supone que nosotros no podemos recetar nada.-criticaba Tina a los cuatro vientos-. No necesito saber de qué está compuesto el Prozac, ni cuándo se ha de administrar, ni nada eso.
-Ya, si tienes razón pero es que lo que hay- dije para mi sorpresa en vez de continuar la crítica de Tina.
-Claro, a ti esto se te da bien, pero no todos tenemos esa suerte-protestó.
-Bueno, la suerte es muy relativa- mientras decía esto un rostro atrajo mi mirada-. Joder- esta última palabra me salió del alma.
-¿Qué?- quiso saber Tina.
-¿Ves a ese chico de la sudadera de rayas?-dije disimulando.
-¿Ése?-preguntó Tina señalando con el dedo.
-Shhhhh, no señales que nos va a ver-supliqué.
-Vale, vale tranquila. Ohm ¿es el de la sudadera amarilla?
-No, es una sudadera gris- dije haciendo ver que leía los apuntes cuando en realidad mis ojos sólo enfocaban una cara.
-Vale, creo que ya lo veo. Que sepas que es una sudadera amarilla a rayas grises pero bueno, eso ya es como el enigma de las cebras.
-¿Qué dices?, es gris con rayas amarillas-contesté muy muy segura de mí misma (y estaba en lo cierto).
-Bueno, vale y qué pasa- preguntó Tina que estaba ya harta de tantos disimulos.
-Pasa que es Miguel.
Inconscientemente fuimos acercándonos cada vez más a él.
-¿¡Miguel!?-gritó Tina incrédula.
-Sí, Miguel.
-¿El Miguel del bus?, ¿el Miguel de la cena?, ¿el Miguel del helado?
-Sí, todos esos son él.
-Uhhh pues es más guapo de lo que me imaginaba. Le pega Miguel, sí tiene cara de Miguel-aseguró Tina.
-Vale y ahora qué hago, ¿me acerco a él?- aunque poco a poco estábamos más y más cerca ya de él.
-Claro, no creo que esté aquí por alguna otra razón que no seas tú. Va, no seas tonta es Miguel.
-Ya, y qué digo, qué hago... me acerco y digo:- ¡Miguel! ¿Cómo tú por aquí?-grité.
Pero no hizo falta porque en ese mismo instante se giró hacia donde estábamos nosotras.
-Sí, suele pasar, cuando dices mucho el nombre de alguien que está cerca de ti éste acaba girándose-susurró Tina sin que él llegase a oírlo.
-Mi...Miguel, ¿qué estás haciendo aquí?-le pregunté algo incómoda por la situación.
-Dije que te llamaría, pero que no me dieras tu número dificultó mucho la tarea, así que he indagado por donde está tu facultad y bueno, aquí me tienes.
-¿Cómo has sabido que es esta mi facultad?, hay muchas de psicología-le pregunté con mi mirada sospechosa.
-Hice una lista de posibilidades y da la casualidad de que esta es la segunda de la lista-se explicó-. Ayer no acerté-añadió.
-Me alegro de que hayas acertado- dije no muy convencida-. ¡Oh!, ella es Tina, una amiga- le dije después de que Tina me diera un disimulado pero doloroso codazo.
-Hola, yo soy Miguel- dijo antes de dar dos besos a Tina.
-Sé quién eres- le contestó Tina con media sonrisa.
-Bien, ¿tenéis algo que hacer u os apetece ir a tomar algo?- preguntó Miguel.
-Bueno, Tina ya se iba- anuncié.
-¿Ah sí?-me preguntó Tina.
-Sí- le aseguré yo.
-Bueno pues Miguel, un placer conocerte- dijo guiñándole un ojo.
-Lo mismo digo- contestó él.
Cuando Tina ya se había ido nos miramos a los ojos y nos cogimos de la mano. Fue ese contacto el que me hizo darme cuenta de que él era Miguel, el de las pecas en los brazos.
-Vaya, es muy simpática tu amiga- dijo Miguel para quedar bien.
-Sí, bueno, parece que te tire los tejos ¿verdad?- no me hizo falta ver cómo Miguel afirmaba con la cabeza para continuar-. Actúa así con todo el mundo, pero no te preocupes, no es peligrosa... a no ser claro, que tengas tetas.
-Pues a su desgracia y a tu fortuna, no, no las tengo- dijo antes de reírnos- y bueno, ¿te apetece que vayamos a comer algo?, estoy hambriento.
Y entonces recordé el examen que tenía al día siguiente.
-Lo cierto es que sí tengo algo que hacer, lo siento- dije con pena.
-Tranquila, ¿qué tienes que hacer? o bueno no me lo digas, como prefieras- dijo, con pena también.
-Mañana tengo un examen. No lo llevo mal, pero he de repasar.
-Vaya... bueno, dame tu número y te llamo para quedar- ofreció mientras sacaba su móvil del bolsillo de la sudadera.
-Aunque se me está ocurriendo algo que podríamos hacer, siempre que quieras claro.
-¿Tú estás en esos planes?- preguntó.
-Sí-contesté.
-Entonces claro que quiero- dijo mientras a mí se me caía la baba con él.
-No hay nadie en mi casa, así que podrías venir, cocino algo, comemos y repasamos juntos el examen.
-Me parece perfecto- declaró con felicidad en la voz-. Excepto por un detalle.
-¿Cuál?- quise saber.
-Que cocino yo.

Marina

jueves, 4 de agosto de 2011

Como dos tontas

-Marinaaa - dijo en voz bajita Tina -Tsé, Marinaaa.
-¿Qué? - me atreví a decir. El examen de psicofarmacología era en dos días y no me atrevía a cabrear a la Peláez.
-Tíaaa, cuéntame cómo fue con Miguel-suplicó mi amiga.
-¿Ahora?-pregunté incrédula a Tina y ella respondió afirmando con la cabeza y con los ojos expectantes de información.-No Tina, ahora no-le contesté hoscamente.
-¿¿!!Se puede saber qué está pasando allí!!??- el gritó de la Peláez sacó a la mitad de la clase del sueño en el que estaban inmersos mientras la profesora daba su clase.-Vosotras dos -dijo señalándonos con su dedo índice.-Hagan el favor de abandonar la clase, tienen suerte de que permita que se examinen dentro de dos días pues me tienen ya muy harta. ¡Salgan!.

Salimos de esa clase lo más rápido que pudimos, aunque nos costó lo nuestro porque constantemente tropezábamos con nuestra propia dignidad, la risita del resto de estudiantes se clavaba en nuestros oídos haciéndonos perder el equilibrio y la gran vergüenza que estábamos pasando nos cegaba el camino hasta el exterior de la clase.

-¡Perfecto Tina! - le reproché.
-Lo siento... no pensé que nos iba a pillar -se disculpó con la vista clavada en el suelo gris de la facultad.
-¡Pero si siempre nos pilla! en fin... -no quería enfadarme con Tina, así que decidí dejar de echarle más leña al fuego porque sino acabaríamos quemándonos.- ¿Y ahora qué hacemos? -no teníamos más clases después de esa así que lo más inteligente era marcharnos de allí.
-Pueees tenemos dos opciones: una sería la responsable; ir hacia la biblioteca para estudiar- Tina no estaba muy convencida de esa opción y la verdad es que yo tampoco.
-¿Y la otra opción?- pregunté arqueando una ceja.
-La otra opción sería comportarnos como las chicas de Sexo en Nueva York e ir a un buen café para que nos pongamos al día; tú me cuentas lo tuyo y yo te cuento lo mío mientras nos tomamos un buen cappuccino con un cup cake de esos tan coloridos. ¿Qué me dices?
La verdad es que tenía que estudiar pero... siempre va bien ser un poco Carrie Bradshaw así que no dudé al decir:-Me quedo con la segunda opción.

No tardamos mucho en llegar al centro de Barcelona. Tuvimos que coger el metro y yo recordé esos segundos en los que, él en el andén y yo subida en el tren que iba en el sentido opuesto al suyo, Miguel y yo nos despedíamos con la mirada pero con la mente puesta en cuándo íbamos a volver a vernos.

Nos sentamos en unas sillas de madera envejecida y pedimos un zumo de naranja cada una porque a pesar de que el cappuccino y el cup cake que habíamos pensado inicialmente eran muy tentadores también es cierto que debíamos cuidarnos un poco la línea.
La atmósfera de ese café era muy agradable. Las paredes eran de un color marrón oscuro pero gracias a la gran cantidad de luz solar que se filtraba por cada una de las ventanas, el lugar no era para nada sobrio. En el medio del café, delante del mostrador de las pastas y de las diferentes clases de café que servían, había una escalera pintada de oro envejecido que llevaba a la planta superior. Pero lo que más llamaba la atención era una gran arpa dorada situada en una de las esquinas de la habitación que evocaba al arpa del poema de Bécquer.

Pasados unos minutos la camarera nos trajo nuestros respectivos zumos de naranja y nos dispusimos a hacer lo que habíamos venido a hacer. Hablar.

-¿Y bien Marina?, ¿Cómo fue? - se apresuró a decir Tina justo antes de dar un buen sorbo a su copa.
-Tina, fue... estuvo... -no sabía cómo describir lo que sentí la noche anterior.- Fue increíble.
Le expliqué todo con pelos y señales; mi caída al entrar en el restaurante, los tallarines al pesto, el frío que hacía, su manchita de un verde más oscuro en el iris, los helados, la carrera por las calles de Gràcia mientras lo perseguía, el beso, la fuente, más besos, la mutilación del jersey, aún más besos y finalmente el adiós en el metro.
-Vaya, ¡menuda noche! - dijo Tina divertida.- Me alegro mucho por ti, ese Miguel tiene buena pinta y... ¿Cómo está?- preguntó con interés.
-¡¡Buenísimo!! - y las dos empezamos a reírnos como tontas. Finalmente nos repusimos y proseguí.- Es alto, ni delgado ni gordo, pelo castaño a lo Ashton Kutcher, ojos verdes, labios suaves y viste muy bien.
-Bueno, sabes que yo no entiendo mucho pero... menudo bombón, ¿no? -dijo levantando una ceja.
-La verdad es que sí. -sentencié.
-¿Mejor, igual o peor que el piratilla ese?- Tina preguntaba por Sparrow y yo la verdad es que ni me acordaba de él.
-Pues diferente. Digamos que Miguel es un Ferrero Rocher... almendrado por fuera, con crema de chocolate por dentro y con una avellana en el interior, un bombón suave y dulce que se deshace en la boca. En cambio Sparrow es más como un... Mon Cheri, fuerte chocolate negro por fuera y con un dulce y excitante licor de cerezas en su interior.
-Pero el almendrado te tira más, ¿verdad?-observó con acierto Tina.
-Y la avellana en el interior me encanta. -di un sorbo al zumo pensando en Miguel.- Y bueno pelirroja, ¿Qué tal tú con Julia?
-Pues asustada.- dijo para mi sorpresa Tina.
-¿Asustada?, pensaba que estaba yendo todo genial con ella.
-Es que está yendo genial.
-¿Entonces?- no entendía qué le podía estar pasando a Tina.
-Pues que sabes que yo nunca he tenido una relación estable, siempre he ido picando todo lo que he podido y más. Y ahora tengo miedo porque me da la impresión que en cualquier momento puedo hacer o decir algo que haga que todo lo bonito que tenemos se vaya a la mierda.
-Pero cariño no pienses así. Estáis bien juntas y las cosas surgirán solas. Es cierto que no tienes experiencia en relaciones importantes pero... ¿quién las tiene a esta edad?, somos jóvenes y tenemos derecho a equivocarnos. Tú sólo disfruta de todos los momentos que pases con ella y sé tú misma, con tus cosas buenas y tus cosas malas, y lo que tenga que pasar que pase porque pasará por alguna razón.
-Ya... pero es que Julia es tan perfecta. Tengo mucho miedo de perderla.
-Y tú también eres perfecta Tina y estoy segura que ella tampoco quiere perderte por nada del mundo- cuando Tina se sincera me gustaría tener toneladas de ternura para podérsela regalar porque realmente te abre su corazón y se vuelve dulce como una niña pequeña.
-Tendrías que conocerla. Ya te la presentaré un día, ¿vale?
-Me parece perfecto. Tengo ganas de conocerla, debe ser muy especial si ha despertado esto en ti.
-Lo es, sin lugar a dudas lo es.

Y allí estábamos las dos. Sentadas en un café tomando un zumo de naranja y profundamente enamoradas de personas que nos iban a querer, que nos iban hacer pasar momentos inolvidables, que nos harían realmente felices pero que desgraciadamente, en su momento, también nos iban a hacer mucho daño.


Marina

De vuelta

Por primera vez hablo yo, la persona que escribe la historia de este blog. Y no lo hago sin motivo porque lo que voy a decir es algo bueno para unos, quizá malo para otros y puede que indiferente para muchos.
Lo que tengo que decir es que la historia de este blog va a ser retomada y que continuaré tal y cómo lo había dejado. Si he hecho un parón ha sido porque en los últimos meses he estado tan liada con exámenes finales, notas, selectividad y un listado más de cosas que me dejaban agotada y sin capacidad para escribir en el blog. Pensaba muchas veces en ponerme a escribir y en cómo continuar la historia pero nunca llegaba a sentarme delante del ordenador y teclear para escribir este intento de historia. Pero sí que tenía claro que no iba a abandonar a los personajes que poco a poco había ido definiendo con más o menos acierto, pero que con tanta buena intención había creado.

He ido viendo que las visitas al blog no cesaban y que cada día había más y más hasta llegar a una cifra que nunca me hubiera imaginado y eso me hace sentir orgullosa y con ganas de continuar.

Así que no voy a hacer esperar e inmediatamente después de publicar esta pequeña entrada, una nueva entrada verá la luz.

Sé que ha pasado mucho tiempo y es muy probable que ya se haya perdido el hilo de la historia porque hasta yo al ponerme a escribir he tenido que consultar publicaciones anteriores así que voy a hacer un pequeñísimo resumen de lo último que escribí:

Marina, después de elegir a Miguel y descartar a Sparrow se dispuso a encontrar a Miguel para ver si podía ocurrir algo entre ellos, así que se aventuró a hacerle una visita al restaurante en el que Miguel trabaja como camarero. Pero al llegar allí le dicen que está de baja por una migraña muy fuerte y que hasta dentro de dos semanas no iba a poder volver a trabajar. Marina, a pesar de la desilusión, decide esperar esas dos semanas por muy largas que se le pudieran hacer. Una vez pasado el tiempo vuelve a ir al restaurante y esa vez sí que tiene suerte y consigue cenar con Miguel. Después de esa cena fueron a comer unos helados y un conjunto de incidentes relacionados con los helados y totalmente intencionados por parte de los protagonistas les llevan a su primera toma de contacto que vendría inmediatamente seguida por su primer beso.

Por otro lado Marina no olvida del todo a Sparrow ya que en todas las calles encuentra fotografías del Capitán de Disney que le hacen que le sea imposible no pensar en él.

Y Tina ha conocido a Julia, una chica muy especial que le está abriendo una nueva puerta en el mundo de las relaciones.


De todas formas, si os apetece, recomiendo que repaséis las últimas entradas porque hay detalles en ellas que aparecerán en las entradas futuras.

Espero que a los que os gustaba el blog os siga gustando como antes y sobretodo os doy las gracias por hacer el esfuerzo de leer lo que con buena voluntad y algo de torpeza intento escribir.






Ariana

domingo, 29 de mayo de 2011

Adiós jersey, adiós

-Bueeeno, no está mal – Dijo Miguel, parecía insatisfecho, como si el beso no le hubiera gustado.
-¿Qué?, ¿qué pasa?, ¿ha estado mal el beso o…?. - Nunca me había pasado algo igual, de hecho nunca me había planteado si besaba bien o mal supongo que porque nunca nadie antes había parecido insatisfecho, pero en ese momento me sentí muy pequeña y avergonzada y también algo enfadada conmigo misma o con Miguel no podía identificarlo del todo.
-No , no. El beso ha estado genial, de verdad. Decía el helado, he probado mejores.
-Ah – Menos mal, hubiese sido muy frustrante que nuestro primer acercamiento hubiese sido tan penoso, pensé.
-Por eso te he dado un beso, ¿eh?, para quitarme el mal sabor de boca que me había dejado el helado, no por nada más.
-Ya, claro. La verdad es que muy bueno no está, he comido también mejores – Era verdad, el helado dejaba un regusto… como ácido y eso no significaba nada bueno para tratarse de un helado de dulce de leche.
-Pues en esa heladería todo está buenísimo, menudo ojo tienes ¿eh?
-Sí, suelo pillar lo peorcito del mercado – Le lancé una indirecta.
-Vaya, ¿En qué momento me he convertido en un helado?- me miró con gracia y después echó la vista al cielo.
-En este momento – Y le aplasté todo el cucurucho de dulce de leche en la cara- Me mordí los labios para contenerme la risa y también para ganar unos segundos para poder adivinar la reacción de Miguel ante tal niñería. Segundos de incredulidad, en los que Miguel me miraba a los ojos sin comprender nada de lo que había pasado. Empecé a preocuparme por si había ido demasiado lejos, pero entonces atisbé una sonrisilla debajo de un montón de dulce de leche y supe que se estaba riendo.
-Ah muy bien, ahora tengo un líquido asqueroso por toda la cara, y Dios - Se lamió un poco la cara - ¡Por Dios!, ¡Qué cosa tan ácida!
-Sí, yo creo que está en mal estado – dije mientras reía a carcajadas.
-Ahora moriré de una intoxicación y la culpa te perseguirá durante el resto de tu vida, a no ser que…
-¿A no ser que qué?- le pregunté levantando una ceja.
-Que ajustemos cuentas, ojo por ojo diente por diente, ya sabes la ley del talión.
-Uuui ya veo por dónde vas y no pien… - Demasiado tarde, un cucurucho de mascarpone con ron aterrizó en mi cara. – La verdad es que el tuyo está mucho mejor.
-Sí, es que yo sí que tengo buen ojo –Acababa de convertirme en un helado y Miguel acababa de guiñarme el ojo.
-Oye, la gente nos mira raro… ¿Tienes algo para limpiarnos la cara?
-Uhmm me parece que no, llevo lo justo, móvil, cartera y llaves. ¿Llevas tu algo? – preguntó después de haberse metido la mano en los bolsillos para comprobar que no llevaba nada.- Bueno, en dirección al metro hay una plaza, seguro que hay alguna fuente para lavarnos.
Estuvimos andando unos diez minutos hasta que llegamos a la Plaça del Diamant, donde por suerte había una fuente, pero la vergüenza de ir por la calle con helado chorreándonos por la cara quedaría siempre grabada en nuestra memoria.
-Nunca había venido tanto por aquí, es bonito.
-¿Gràcia?, sí. Tiene mucho encanto, es como un pueblo, llena de plazas, calles estrechas y empedradas pero con lo que toda ciudad ofrece, teatros, cines, supermercados, tiendas curiosísimas, buenos restaurantes y bares muy variopintos.
-Sí, ¿eres el alcalde de Gràcia o algo así? – me reí.
-La verdad es que te la he vendido. – dijo algo avergonzado
-Bueno, no me has vendido ninguna moto. Mira allí hay una fuente.
Nos acercamos y cuando Miguel apretó el botoncito de la fuente… no brotó agua ninguna.
-Mierda, pues no pienso ir al metro con esta pinta – dije convencida.
-Bueno, si quieres podemos ir al restaurante.
-No no, y que nos vea tu padre así, prefiero lo del metro. – me quedé durante unos segundos pensativa.
-¿Qué?-preguntó Miguel impaciente.
-Hay una opción, tal vez…. Y le mostré lo que llevaba en la bolsa.
-¿Mi jersey? - estuvo callado unos segundos, pensando – No pienso sacrificarle por lavarnos la cara.
-No hay otra opción Miguel, hay que afrontar las pérdidas, por muy duras que éstas sean. – Cogí una manga del jersey , se la acerqué a la cara, y le limpié la nariz, después una mejilla y cuando iba a limpiarle los labios se lanzó encima de mi cara y literalmente me comió a besos.
-Es que otra vez no soportaba el sabor de este helado y claro, tenía que quitarme el mal sabor de boca. – se “disculpó”.
Continué quitándole el helado de la cara. Al terminar, una manga y media del jersey estaba llena de dulce de leche. Me dispuse a lavarme la cara, pero Miguel cogió el jersey y me lo pasó por la cara. Primero una ceja, luego un párpado, la nariz y una mejilla, la verdad es que con su “ataque” de antes ya estaba bastante limpia.
-Creo que voy a tener que tirarlo- dijo. – Era un jersey precioso que calentaba y abrigaba mucho en invierno, me acompañó tantas veces y pasamos juntos tantos tragos- Hizo cómo que se secaba una lágrima.
-No seas teatrero. Hagamos una cosa, partámoslo, yo me quedo una parte y tu otra.
-¿Quieres que lo mutilemos?, por favor piedad que aún está de cuerpo presente. Vaale, hagámoslo, será un recuerdo del peor helado del mundo.
-Vale- Rebusqué en mi bolso y saqué unas tijeras.
-Ah muy bien, no llevas pañuelos de papel cómo hacen las personas normales pero sí unas tijeras. – dijo en un tono sarcástico.
-Sí, es que nunca se sabe cuándo las vas a utilizar para mutilar a un jersey y es mejor ser precavida. –Le entregué las tijeras- Haz tú los honores.
Me dio el jersey y lo estiré para que estuviera bien tenso. Miguel acercó las tijeras y con unos movimientos muy decididos dio algunos cortes… Ras…Ras…Ras… hasta que lo dividió en dos trozos totalmente asimétricos.
Nos acercamos hasta la boca del metro de Fontana y me preguntó qué dirección cogía.
-Zona universitaria y después he de hacer transbordo. ¿Tú?- pregunté con esperanzas de que me dijera que él también.
- No, yo no. Cojo Dirección Trinitat Nova hasta Vallcarca.
-Calles empinadas. –Es lo único que se me ocurrió decir.
-Sí- Dijo extrañado por mi estúpido comentario. Sí la verdad es que sí, además vivo en una que lo es bastante.
-Bueno, me lo he pasado muy bien esta noche.
-Yo también- Me dijo sonriendo.
Esta vez fui yo la que le dio un beso.
Y nos fuimos cada uno por nuestra dirección.
Al llegar al andén que nos tocaba a cada uno, nos pusimos en frente el uno del otro con las vías del metro que nos separaban. No pasaron diez segundos que mi metro llegó. Por una vez en la vida era puntual y por una vez en la vida hubiese deseado que se retrasara indefinidamente. Subí al metro y me senté en el asiento que estaba al lado de la ventanilla que daba directamente a Miguel. Le dije adiós con la mano y el hizo lo mismo. Cuando el metro empezó a arrancar Miguel me hizo un gesto de que me llamaría, le levanté el pulgar para expresarle que estaba conforme y sin más el metro cogió velocidad cómo si no fuera consciente del momento tan especial que estábamos viviendo los dos, y es que de hecho nadie tenía ni idea, cada uno iba con su vida y sin embargo parecía que la nuestra se había detenido al conocernos
.










Marina

domingo, 22 de mayo de 2011

Segunda toma de contacto

¿Habéis ido alguna vez por Gràcia de noche?. Hay dos tipos de personas según su idea de la vida nocturna de ese barrio: Para unos no es más que el entretenimiento de ir esquivando borrachos, cristales en el suelo, calles oscuras estrechas y algo sucias, bares sospechosos y que no pasarían el control de sanidad, pero sobretodo alboroto, mucho alboroto. Pero para otros el borracho de antes es un personaje que vive la vida, los cristales provienen de la botella que ha sido fuente de diversión para algún grupo de amigos, las calles son íntimas, tranquilas y con un encanto especial, los bares son alternativos y no hay alboroto, hay vida. Aquella noche Miguel y yo pertenecíamos al segundo grupo.

Había menos gente de lo que es normal por las calles, seguramente influía que era una noche bastante fría. Íbamos de la mano en dirección a la heladería cuando pasamos por delante de las salas de cine de la calle Verdi en ese momento un grupo de chicas comentaban lo atractivo que salía Jack Sparrow en la nueva de Piratas del Caribe, por defecto al oír "Sparrow" no me apareció la cara del Capitán con sus bolitas de colores en el pelo, su sombrero, los ojos pintados y la piel morena sino que se me apareció mi Jack Sparrow, el del pub, el de la Barceloneta, el de los cacahuetes y el hospital, el de las sábanas de color vino y al cual le debía una funda de sofá nueva.


Noté la mano cálida de Miguel, le miré a la cara disimuladamente. Su pelo y su bufanda parecían bailar con el viento, me fijé en que tenía un agujero en la oreja pero no llevaba ningún pendiente, busqué su manchita en el ojo y sí seguía allí, le mire a los labios mientras los movía porque me estaba hablando ( y la verdad es que no sabía de qué, había perdido el hilo de lo que me decía), volví a mirar a sus ojos verdes a juego con las rayas de su bufanda. Entonces se dio cuenta de que le estaba observando, me miró a los ojos y me sonrió, le sonreí.


-No te estás enterando de nada ¿verdad?-me preguntó.

-La verdad es que no, lo siento, ¿qué decías? - me sentía culpable pero la verdad es que me hubiera tirado otros cinco minutos observándole mientras me hablaba.

-Nada interesante, ¿tú dónde estabas? - dijo con un tono bastante divertido teniendo en cuenta que había pasado de lo que me estaba diciendo.

-Estaba.... estaba en el agujero que tienes en la oreja, no tienes pinta de llevar pendientes.-¿No?, pues te sorprenderá el cristo que llevo tatuado en la espalda, el corazón con el nombre de mi madre y los piercings en los pezones.

-Uhmm que imagen más erótica - nos reímos los dos. - Ahora en serio ¿cómo que tienes un agujero?.

-Mi oreja fue víctima de una de esas noches en las que no sabes ni lo que haces.

-¿Y despertaste con el agujero en la oreja?.

-Exacto - dijo algo avergonzado.

-Eh, que no te dé vergüenza, es algo que puede pasar.

-Puede pasar, pero dos veces es demasiado.

-¿¡Dos veces!? - pregunté incrédula.

-Sí, no fue muy divertido cuando me desperté con un delfín saltando un arco iris en el culo.

-No me lo puedo creer, ¿en serio llevas eso tatuado?.
-¿En serio? - preguntó - No, en serio no.

-Menos mal, ¿entonces nada de tatuajes?.

-Ni uno - contestó. -¿Tú? - preguntó.

-Yo tampoco - mentí.

Llegamos a la heladería aún cogidos de la mano. Pedimos nuestros respectivos helados aún de la mano y fuimos a pagar aún de la mano pero esto último resultaba difícil porque era imposible abrir el bolso, sacar el monedero, escoger las monedas adecuadas, pagar y coger el cucurucho con una sola mano.


-Creo que deberíamos soltarnos - objetó Miguel.

-Claro, sí sí - me sentí tonta, pero supongo que eso, al igual que lo del agujero en la oreja, puede pasarle a cualquiera. - Es una pena que no tengan chocolate desecho para echar por encima del helado - dije cuando ya nos habíamos ido de la heladería.

-Ahora ya no es lo mejor que puede haber, ¿no?. -preguntó haciendo alusión al diálogo que tuvimos justo antes de cogernos de la mano.

-Bueno, esto es mucho mejor que un simple helado en invierno con chocolate desecho por encima.
-¿Sí?, ¿porqué?. - me preguntó.

-Porque no te has largado corriendo cuando te he soltado de la mano - dije recordando lo que el me había dicho en la milésima de segundo antes de que nuestras manos se juntaran.

-¿Porqué iba a hacerlo?. - me preguntó después de haber probado su helado.

-Porque yo lo hubiera hecho.

-Entonces Marina no me dejas otra opción - me robó el cucurucho de la mano y empezó a correr.


Me quedé plantada sin saber bien qué hacer, pero entonces dejé que mi cuerpo pensara y no mi mente la que lo hiciera, así que empecé a correr y correr detrás de él. El aire me daba de cara y me hacía volar el pelo, todo parecía borroso a mi alrededor y tan sólo le veía a él, quería llegar a él, pero era imposible corría realmente rápido.

Miró hacía atrás y cuando vio que ya no podía más paró en seco, pero yo llevaba tanto impulso que no pude reducir la velocidad y me choqué con él. En el choqué me di contra mi cucurucho y me manché la mejilla de helado.


-¿De qué es tu helado? - me preguntó algo serio y sin mirarme directamente a los ojos.

-De dulce de leche. - le contesté con su mismo tono de voz, algo serio, tranquilo y grave.-¿Puedo probarlo?.

-Claro.

Y entonces sucedió algo que no esperaba, Miguel se acercó a mí hasta estar a milímetros de mi cara, me miró a los ojos y me sonrió, acercó sus labios hasta mi mejilla y lamió el helado que tenía en ella, después y durante tres segundos me miró directamente a los ojos como si estuviera pidiendo permiso, le sonreí, me sonrió y entonces ya sí, nuestros labios se rozaron y bailaron al ritmo de nuestros corazones.

Marina

domingo, 15 de mayo de 2011

Toma de contacto

-¿A que eran deliciosos? - me preguntó Miguel.
-Pues sí, la verdad - realmente esos eran los mejores tallarines que había comido nunca.
-Me alegro de que te hayan gustado. Oye, que no se enteren que te digo esto pero... los postres no son un punto fuerte de este restaurante.
-¿Ah no? - le pregunté sorprendida por su sinceridad.
-No, las natillas caseras se llaman "caseras" porque es nuestro cocinero quién mezcla los polvitos con el agua hirviendo, y el tiramisú al toque se llama "al toque" porque se le añade al lado un montón de nata de la mala para que el postre parezca más contundente a pesar del minúsculo trozo de tiramisú que te ponen.
-Pues si es así... gracias por la advertencia - odio la nata de spray.
-Así que, si te parece bien, podríamos ir a una heladería que hay aquí cerca o si prefieres ir más fuerte podríamos ir a un pub que hay también muy cerca, creo que ya te hablé de él.
-Sí, uhmm mejor vamos a por ese helado, me apetece mucho - me aterrorizó la idea de encontrarme a Sparrow en el pub.
-Pues déjame que pague y nos vamos a por los helados, tienen uno de mascarpone con ron que es delicioso. - Me dispuse a sacar el monedero de mi bolso, pero ni siquiera pude llegar a tocarlo, Miguel me paró las manos. - Este restaurante es como mi casa, no te puedo dejar pagar, además no te preocupes, ser hijo del jefe conlleva descuentos importantes. - Dejó el dinero en la mesa, hizo una señal a uno de los camareros y nos levantamos de nuestras respectivas sillas, fue entonces cuando me di cuenta que nos habíamos acabado todo el vino de la botella, todo daba vueltas a mi alrededor.
-Madre mía, ¿nos lo hemos bebido todo? - Miguel asintió con una leve sonrisa en la cara y me acompañó en todos mis movimientos con su mano en el hombro, debía de parecerle bastante torpe. -No estoy borracha, tranquilo.
-Lo sé, pero si ya eres torpe en estado natural, bebida podrías tropezarte hasta con un papel que estuviera en el suelo.
-Muy gracioso, pues para tu información soy campeona en salto de obstáculos.
-¿Campeona de qué? - preguntó mientras abría la puerta del restaurante, al hacerlo, un soplo de aire frío me sorprendió... realmente estaba siendo un marzo muy duro.
-De salto de obstáculos.
-¡Eso ya lo sé!, me lo acabas de decir, digo de qué, de Barcelona, de Catalunya, de España.... del mundo... - me sonó demasiado irónico.
-Ahora no te lo digo - se echó a reír.
-Va Marina, no seas así, dímelo.
-De mi colegio de York.
-¿Cuándo dices colegio quieres decir clase?- me preguntó divertido, y la verdad es que yo también me estaba divirtiendo.
-Sí, quiero decir clase.
-¿Cuántos erais?- preguntó a la vez que se colocaba una bufanda a rayas verdes que le sentaba genial.
-10. - contesté secamente.
-No necesito hacer más preguntas - dijo con tono victorioso.
-Ya te encontraré puntos flojos, no sufras que todos los tenemos.
¿Aún no has encontrado ¿ninguno?.
-Sí, uno.
-¿Cuál?.
-No te lo voy a decir, me lo reservo - me hice la interesante.
-Vale, te creo. ¿Te sigue apeteciendo el helado?, lo digo porque hace fresco y quizá estaríamos mejor en ese pub.
-No hay nada como comerse un helado con chocolate deshecho por encima en invierno.
-Tienes razón, pero incluso eso se puede mejorar.
-¿Cómo? - las yemas de nuestros dedos se rozaron accidentalmente.
-Comiendo un helado en invierno contigo. - me cogió de la mano y yo me quedé callada sin saber qué decir.


De esa noche lo que menos recuerdo fue nuestra cena en el restaurante, los tallarines, el vino, nuestro roce de manos, ese helado... porque hay tres segundos que eclipsan a todo lo demás.




Marina

viernes, 6 de mayo de 2011

Tallarines al pesto acompañados de una copa de vino rosado y de Miguel

Mientras estaba en la mesa esperando a la suculenta cena iba mirando a Miguel de reojo y me iba dando cada vez más cuenta de las toneladas y toneladas de suerte que había tenido al caerme aquel día en el bus, porque Miguel era aquella pieza que falta en un puzzle, la escasa pasta de dientes que sale del tubo vacío al apretar y apretar, el chicle de un chupa chups, la sorpresa de un huevo kinder, la vela que no se apaga de una tarta de cumpleaños, la última hoja de un árbol caduca en otoño... Miguel era algo caído del cielo, aunque también algunas veces parecía algo venido de lo más fondo del infierno.

-Aquí están tus tallarines - me anunció Miguel a la vez que dejaba el plato sobre la mesa - y aquí estoy yo con los míos - dejó un segundo plato sobre la mesa y se sentó en la silla que tenía enfrente.



-¿Vas a cenar entre servir una mesa y otra?- le pregunté.

-Créeme que si lo hiciera pasaría tanto tiempo entre bocado y bocado que podría hacer la digestión del último - Miguel acercó la nariz al plato y cerró los ojos al percibir el hipnotizante aroma de los tallarines. -Vamos, pruébalos, están deliciosos - me dijo mientras enrollaba unos pocos con el tenedor.

Le hice caso y me metí una buena tanda de tallarines en la boca y entonces noté cómo si tuviera lava incandescente en la boca.

-¿No te gustan? - se atrevió a preguntar Miguel con una notable preocupación en su rostro.

Pero yo no podía responder porque tenía la boca ardiendo y llena de tallarines.

-¿Están sosos? - me preguntó a lo que yo le negué con la cabeza -¿Demasiado picantes? - negué otra vez con la cabeza - ¿Están crudos? -negué desesperadamente de nuevo con la cabeza -¡¡Aah!! están ardiendo!! - Afirmé con la cabeza, me tragué los tallarines, bebí un buen sorbo del vino fresquito y saqué disimuladamente la lengua para que se me enfriara un poco.

-¿Vas a cenar conmigo? - me atreví a preguntar, aunque la respuesta era bastante evidente.

-Eso tenía pensado, he pedido al jefe que me dejara cenar contigo, le he tenido que decir que eras una pobre moribunda a la que no le íbamos a quitar su última cena acompañada de un tío tan bueno como yo.

-Ibas bien hasta lo del tío bueno, la última parte te ha delatado - bebí un sorbito de vino y proseguí - Igualmente, que jefe más comprensible tienes, ¿no?.

-Sí, es el típico jefe que cuesta pillarle el truco pero una vez lo pillas le tienes en el bote, y claro, 24 años con él dan para pillarle el truco unas cuantas veces.

-¿Le conoces desde hace 24 años?, entonces, ¿cuántos años tienes tú? - estaba algo sorprendida dado que si le conocía desde que trabajaba con él eso suponía que como mínimo Miguel tenía... 40 y eso... eso era imposible.

-Puedo contestarte a las dos preguntas con una sola respuesta... Francisco, mi jefe, es mi padre - le dio un sorbo al vino y me invitó con un gesto de mano a que yo hiciera lo mismo.

-¿Y no te sientes algo... presionado al trabajar con él? no sé, creo que no me gustaría trabajar con mi padre.

-A todo te acostumbras cuando no hay mejores opciones. He trabajado en otros sitios pero en ninguno me he acabado sintiendo a gusto y de estudiar ni hablemos, siempre he sido un desastre con las mates eso de logaritmos o límites cuando la X tiende a la izquierda, ¡menuda tontería! - dijo algo divertido pero noté cómo le cambiaba rápidamente el semblante - Vaya, ahora es cuando me confiesas que estudias matemáticas - no le contesté -¿Las estudias?.

-¡Qué va!, estudio segundo de psicología - me sabía mal hacerle pasar mal así que le dije la verdad sin rodeos.

-Psicóloga - dijo mientras afirmaba y me miraba directamente a los ojos.

-Bueno, a eso aspiro - no aparté mis ojos de los suyos.

-Tendrás que tratar con gente muy..... muy ¿especial?, ¿ no te da algo de cosa?.

-Me gusta la gente especial aunque bueno, más bien esa gente son personas que necesitan una ayuda y estudio para podérsela dar. Recuerdo cómo en nuestra anterior cena me dijiste que era una chica algo especial ¿me consideras como una loca? - por supuesto se lo decía de broma, aunque Miguel parecía algo serio, así que levanté mi copa y con un pequeño gesto le induje a que hiciera lo mismo, cuando reposé la copa en mis labios, él hizo lo mismo con la suya, dejé que el vino empapara mis papilas gustativas a la vez que él lo hacía también, dejamos que cayera por nuestras gargantas y dejamos la copa a la vez sobre la mesa y por supuesto, todo esto pasó sin dejar de mirarnos a las pestañas... pude ver que Miguel tenía una manchita de un verde más oscuro que el resto del iris en el ojo izquierdo.

-Bueno, todos lo somos un poco, ¿no? - contestó a mi pregunta sonriendo.

-Sin duda - y cogí unos cuantos tallarines con el tenedor.






Nuestra segunda cena había sido totalmente inesperada y desde luego estaba siendo igual o mejor que la primera. De las cenas que tenían que venir después... sólo puedo decir que hubo mejores que ésta segunda y unas pocas peores que todas las anteriores.




Marina

domingo, 1 de mayo de 2011

Esta vez sí

Fueron las dos semanas más largas de mi vida. Por la mañana, al despertarme, todo se me hacía cuesta arriba porque significaba que aún tenían que pasar X días hasta poder ver a Miguel, las clases eran aburridas ni siquiera Tina me las podía animar, las tardes eran peor porque tenía que estudiar sin ganas y con la cabeza más en Gràcia que no en el libro que tenía delante y por las noches sufría pequeños episodios de insomnio que por suerte se arreglaban con dos valerianas. Ahora entendéis por qué fueron unas pésimas semanas, ¿verdad?.

Pero por suerte ( o por desgracia ), todas las cosas tienen un tiempo limitado y esas dos semanas no iban a ser una excepción. Ese lunes desperté contentísima, desayuné como nunca y hasta le di un beso de buenos días a Martí, las clases pasaron rápido y ese día Tina parecía estar envuelta en un aura que con tan sólo mirarlo una oleada de carcajadas te salían de lo más interior de tu ser.
Una vez en casa me senté a leer un ratito pero en 40 minutos no pasé de página ni una sola vez pues tenía algo en el estómago con lo que se me hacía imposible prestar atención a la historia, finalmente desistí y dejé el libro encima de mi cama. No sabía qué podía hacer para entretenerme así que me decidí a ir andando hasta Gràcia ya que eso seguro que me entretendría y así haría estómago para poder comer unos buenos tallarines al pesto en el restaurante de Miguel.

Por uno de esos caprichos del destino esa semana se estrenaba la nueva entrega de "Piratas del Caribe" así que en todas las paradas de autobús y en todas las marquesinas con las que me cruzaba por el camino aparecía el rostro del Capitán Jack Sparrow y cada vez que lo veía se me aparecía la sonrisa pícara de mi particular Capitán. Decidí que eso no estaba bien ya que en cuestión de minutos iba a ver a Miguel así que me pasé el resto del camino mirando hacia los adoquines de las calles. Así, unos adoquines hexagonales y con dibujos de Gaudí me indicaron que ya estaba en Passeig de Gràcia y que tan sólo tenía que callejear un poco más para llegar al restaurante.

A eso de las 20.30 mi mano derecha se encontraba girando el pomo del restaurante mientras que en la mano izquierda tenía cogida fuertemente la bolsa en la cual llevaba el jersey de Miguel. Conté hasta tres antes de abrir la puerta, estaba algo nerviosa... uno, doooos, dos y medio, dos y tres cuartos, dos con nueve, dos con nueve períooodo y cuando ya se me acababan los número para llegar hasta el tres la puerta se abrió para dentro y yo, que estaba bastante apoyada en ella... caí a cuatro patas sobre el suelo del restaurante. Por suerte, nadie pareció haberse dado cuenta y tan sólo tuve que recibir las atenciones del camarero que había tirado de la puerta debido a mi indecisión para hacerlo.

-Vaya, lo siento, ¿está bien?- dijo casi de carrerilla el camarero que había abierto la puerta.


-Sí, creo que no me he hecho nada - y entonces me dí cuenta de que el labio me sangraba un poco. El camarero debió percartarse también y me acompañó ambclemente hasta el baño de mujeres. Cinco minutos después salí del baño sin sangre en los labios pero con la dignidad por los suelos.


-¿Quieres quedarte a cenar? invita la casa por lo ocurrido-. Pobre camarero, creo que se veía con una denuncia puesta.


-No, no qué va. Bueno, sí, me quedo a cenar pero tranquilo, no hace falta que invite la casa-. El camarero de acento cubano me estuvo insistiendo durante más de dos minutos y finalmente llegamos a un acuerdo, el restaurante me invitaba a las bebidas. Después del regateo me acompañó hasta mi mesa y me pidió rápidamente nota.-Unos tallarines al pesto y un agua natural de grifo, gracias-. El camarero después de indignarse por el agua y de reír por lo bajo se fue hacia la cocina para anunciar mi pedido.

Si la primera vez que vi aquel restaurante se me antojó como un lugar desconocido, por aquel entonces ya se me antojaba como un sitio familiar.
Sorprendentemente lo primero que hice no fue buscar desesperadamente a Miguel, sino comer un paquetito de palitos de pan que había al lado de los cubiertos y aunque la sal de los palitos hacía que me escocieran un poco los labios hay que reconocer que estaban deliciosos. Después de esto, ya sí que empecé a mirar, disimuladamente, hacia todos los lados del restaurante, pero no había ni rastro de él. Empecé a preocuparme e intenté autoconvencerme de que si me habían dicho que iba a estar sólo dos semanas de baja iban a ser dos semanas, ni un día más, ni un día menos y que hoy ya tenía que estar trabajando. Decidí pensar en otra cosa y entonces me percaté de que esta vez no había notado el olor de salsa a los cuatro quesos que siempre ronda en la atmósfera del restaurante, así que me concentré y concentré hasta que por fin me percaté de ella y supuse que no la había notado porque mi olfato ya se había acostumbrado a ella. También me obligué a pensar en el examen que tenía en dos días y del cual sabía que nadie iba a salir vivo porque la Peláez nos iba a escarmentar por nuestro comportamiento, ya que no parábamos de hacer bromas con los nombres de los fármacos, como por ejemplo "lapdelpeltiubdeal" que era un estimulador del ánimo y el nombre del cual recodábamos gracias a esta oración "la pesada de la Peláez tiene un bigote descomunal". Pero como humana que soy caí en la tentación de volver a preocuparme por la ausencia de Miguel, llevaba ya más de 20 minutos en ese restaurante y aunque yo no le hubiera visto, él ya me habría visto a mí y me habría venido a saludar, en teoría. Pero de repente, cuando ya no me apetecía estar allí y muchos menos me apetecía ese plato de tallarines al pesto una copa de vino rosado apareció en mi mesa, miré a mi derecha y allí estaba él, allí estaba el chico de las pecas en los brazos, allí estaba Miguel.


-¿Siempre tienes que entrar a los sitios haciendo numeritos?-. Una sonrisa dulce y divertida asomó en nuestros respectivos labios aunque los míos aún estuvieran algo resentidos del golpe contra el suelo del restaurante. Empecé a recordar mi estrepitosa caída en el autobús y en la del restaurante y empecé a ponerme un poco roja.


-Ya ves, las buenas costumbres nunca se abandonan.-Respondí algo avergonzada.

-Tienes mucha razón, por eso te he traído este vino rosado, como en nuestra cena.- y se frotó el labio inferior con el superior, un gesto que ya había hecho a menudo y que a mí me encantaba.

-Desde luego es mucho mejor que el agua de grifo que había pedido-.Repuse.

-Infinitamente mejor.- me miró fijamente a los ojos, me dijo un pequeño adiós con la mirada y después se fue a servir más mesas.

Aunque yo estaba segura que ese "adiós" con la mirada no era más que un "hasta luego".






Marina

jueves, 21 de abril de 2011

En familia

-¡Hola!, ¡Ya estoy aquí!-cerré la puerta de casa.

-¡¡Cuidado!!, ¡Meteoritos!-.Me giré rápido, pero ya era tarde, un cojín del sofá me impactó en toda la cara.. plaf!! otro cojín me impactó, pero esta vez algo más fuerte.-No te quejes, te he avisado.-Dijo Martí con una voz de pillín que ni él podía con ella.

-¿Sí?, espera a ver mis meteoritos, aunque a decir verdad no podrás verlos de lo rápido que van-. Cogí uno de los cojines y se lo lancé con todas mis fuerzas hacia él, se lo tiré tan fuerte que cuando le dio se cayó de culo al suelo y empezó a reírse con una de esas carcajadas que sólo los niños tienen, inocentes y verdaderas.-Por cierto, monstruo, mamá te va a reñir si ve que has estado de pie con las bambas puestas en el sofá.

-No son bambas, son zapatos y no las llevaba puestas-. Y se las empezó a quitar apresuradamente.

-¿Pero cómo puedes ser tan falso?-. Le tiré otro cojín que le hizo caer de nuevo al suelo cuando intentaba incorporarse. Otra graaaan carcajada.-Bueno enano, voy a cambiarme, ¿Sabes si falta mucho para cenar?.

-No sé, hay croquetas, pero no te voy a dar ni una.

-Claro que no, uhmmm sé de alguien que no va a comer después helado de chocolate.-le dije mientras me dirigía a mi habitación. Cerré la puerta y puse algo de música, la verdad es que ahora no recuerdo exáctamente qué puse, sólo sé que me acompañaba a la perfección, mientras me quitaba la ropa y me ponía un pijama, ya que el ritmo de la música se movía a mi compás. Cuando ya estaba cambiada, me hice una coleta mirándome en el espejito de mi habitación, al lado del cual tenía una foto de Tina y mía que ya tenía unos años, me fijé en que llevaba una camisa de mi madre y en que tenía el pelo más largo y más rojo, Tina en cambio seguía igual, con su pelo rojo, rizado y alocado (como ella), su cicatriz en la barbilla de cuando se cayó con la bicicleta y su pequeño tatuaje en el cuello. Quise llamarla para saber de ella y sobretodo para saber cómo le iba con Julia, pero entonces la puerta de mi habitación se abrió y asomó una pequeña silueta que se dispuso a saltar encima mío, Martí de nuevo, me arrodillé y le cogí en brazos, fuimos hasta la cocina, le senté en su silla y me comí una croqueta delante de su cara.

-Marina, no te comas aún las croquetas.-Mi madre, la mejor croquetera del mundo, si es que existe este término. -Anda, dale una a tu hermano que se le está cayendo la baba.-Y no lo decía metafóricamente.

-Bueno, la ensalada ya está.-Esta vez era mi padre, un desastre en la cocina y al cual tan sólo le podemos dejar a cargo de las ensaladas y del pan con tomate.-Le he puesto uvas, para cambiar un poco.

-Awesome honey-. Y mi madre besó a mi padre, no solemos hablar en inglés en casa porque en seguida nos dimos cuenta de que la mejor manera para que los tres habláramos bien español y catalán era hablarlo en casa, aunque de vez en cuando lo hablábamos para inculcárselo a Martí.-Ross, can you pass me the salt?.

-Take it!.-Y Martí se la lanzó al aire ya que estaba más cerca él que mi padre y sí, la sal acabó en el suelo.

-Torpe.- Dijo mi hermano.

-Anda Martí, busca la escoba-.Ordenó mi madre.

De mientras mi padre y yo íbamos haciendo el pan con tomate a la vez que escuchábamos las noticias por la televisión, y vi pasar lo que parecía una escoba flotante a mi lado, pero no, iba sujetada por Martí, la verdad es que era bastante bajito.

Después de recoger la sal, mi madre la tiró en la basura, mi padre rellenó los vasos con agua y nos sentamos en nuestros respectivos sitios, para cenar en familia.

Le pasé una rebanada de pan a Martí y el me quitó una croqueta de mi plato, le añadí ensalda en su plato y me quitó otra croqueta, me cansé y le mojé la cara con agua de mi vaso, me devolvió las croquetas y empezó a reírse, mis padres le imitaron y yo me comí mis croquetas más feliz que una perdiz.

Marina

martes, 29 de marzo de 2011

De visita

Al salir de clase siempre tengo una sensación que se debate entre la liberación y el cansancio, pero ese día era diferente. Me sentía pletórica, lo expresaba, sonreía todo el tiempo y el trayecto en el bus hasta llegar a casa se me antojó breve como un suspiro. Bajé del autobús de un salto, la cual cosa no fue nada fácil con los tacones que llevaba, subí las escaleras de mi edificio a una velocidad comparable a la de los trenes, introduje con precisión la llave, -Mamá! Papá! Despojo humano! Ya he llegado!!!, tiré la mochila sobre el suelo de mi habitación, escuché a Martí quejarse de mis "motes cariñosos" hacia él, me miré en el espejo del recibidor y lo que vi era bastante aceptable así que procedí, -Adiós mamá! papá! mugroso! me voy!! vengo para cenar!!, bajé las escaleras corriendo y sujetada fuertemente a la barandilla porque con esos tacones... podía morir en el intento, me introduje en la apelotonada boca de metro y después de estar esperando 5 angustiosos y calurosos minutos con sus respectivos 35 lentos segundos llegó el metro que me iba a llevar hasta Gràcia.


Durante el trayecto estuve pensando en si debía buscar a Miguel o a Sparrow... Miguel me había hecho pasar unas horas especiales, agradables, únicas pero me había practicamente abandonado después de la cena y quizá lo que pasara es que no quería volver a verme. Sparrow... me había refugiado cuando yo estaba más vulnerable, me había tratado genial y había pasado unas horas inolvidables bajo las sábanas de color vino, pero quizá para él no era más que otro pez al que pescar cuando éste está a punto de ahogarse.


Catalunya, Passeig de Gràcia, Diagonal... me acercaba ya a Fontana, ¿a dónde iba a ir?, al restaurante dónde trabaja de camarero Miguel, al restaurante hindú donde estuvimos cenando, al pub al que me sugirió irme a hacer una copa yo sola, a ese mismo pub dónde Sparrow me hizo sonrojar por la espuma de cerveza que tenía sobre los labios y dónde fui intoxicada por unos cacahuetes asesinos ¿o tendría que haber cogido el 59, haber ido hasta la Barceloneta y picar en la puerta del apartamento de Sparrow?, demasiadas preguntas para el minuto y medio que separa la parada de Diagonal y Fontana.



"Pròxima parada... Lesseps", ¿Querrían verme?, ¿Qué les iba a decir?, ¿Qué hacia si veía primero a Miguel o si veía primero a Sparrow?, ¡o peor! ¿Qué iba a hacer si me los encontraba a la vez?, Lesseps, ¿Lesseps?, ¿¡¡Lesseps!!?, ¿¿¿¿¿¡¡¡¡¡Cómo había podido pasarme de parada!!!!!???? mierda, joder.... bueno, tranquila te bajas aquí y retrocedes andando y en menos de cinco o diez minutos llegas a Fontana.... ¿Con estos tacones?, quince, quince minutos.


Veinte minutos más tarde me encontraba ya por fin en la parada de Fontana, tan sólo tres calles me separaban del restaurante dónde trabaja Miguel, y después de pensarlo mucho, decidí acercarme. Mientras caminaba empecé a recordar la noche de la cena con Miguel, el estado de nervios, curiosidad y miedo con el que poco a poco me iba acercando al restaurante y ahora, me sentía, quitando el miedo, de la misma manera. He de reconocer que tenía unas ganas locas de volver a verle, de oír su voz, de poder devolverle el jersey en otra cena como la que tuvimos, de reírme con él, de abrazarle y de volar a su lado.


"La casa di la pasta", aquí era. Miré el interior del restaurante desde fuera pero no vi ni rastro de Miguel, con cuidado abrí la puerta del restaurante y un olor a salsa de cuatro quesos volvió a inundarme. Pude ver a los camareros cenando juntos en una mesa, pues el restaurante aún no estaba abierto a la clientela.


-¿Querías algo?-me preguntó un señor mayor, algo barrigón, con el pelo blanco como la nieve y una barba bien cuidada. Iba vestido de camarero pero su traje era de diferente color al del resto de camareros, seguramente sería el encargado.

-Emmm, no, nada... ya me voy- eché un último vistazo pero Miguel no estaba en ninguna parte visible para mí del restaurante.

-Ah, bueno, abrimos dentro de una hora, ¿Quieres que te reserve una mesa?- ofreció el señor mayor a la vez que se levantaba de la mesa.

-En verdad estoy buscando a una persona, pensaba que trabajaba aquí.- sentí que había sido algo brusca al rechazar la invitación pero en ese momento tan sólo me importaba una cosa, ver a Miguel.

-Si me dices su nombre tal vez podemos ayudarte.-Sentí como todos los camareros me miraban de golpe.

-Busco a Miguel.-Noté como el semblante del señor mayor cambiaba.

-Miguel no trabaja ya aquí.-Vi como los camareros se miraban entre sí y el señor mayor bajaba la mirada.

-Ah, y... bueno, ¿sabes dónde puedo encontrarle?.-dije ya algo preocupada.

-No creo que eso vaya a ser posible, preciosa.

-¿Porqué? ¿Le ha pasado algo?- noté como toda la sangre del cuerpo se me iba a los pies, veía borroso, no podía ser que le hubiera pasado nada, al chico de las pecas en los brazos no, a él no.

El señor mayor tuvo que apreciar mi preocupación porque me invitó a sentarme en una silla, lo rechacé, prefería estar de pie para poder escapar de ese momento, de esa situación.

-No, no, tranquila está bien, de verdad. Miguel sólo se ha tomada unos días de baja, a veces tiene migrañas terribles en las que no puede ni oír el ruido de los tenedores al tocar el plato y claro, es algo muy difícil de evitar en un restaurante.

La sangre me volvía al cuerpo, mis ojos se centraban y mi corazón dejó de saltar a la comba.

-Entonces está bien, a parte de las migrañas, ¿no?.

-Claro, perdón si te hemos asustado, no era para nada nuestra intención.

-No qué va, bueno sí, un poco, pero es que soy muy asustadiza y me pongo siempre en lo peor... joder, perdón, ¡ooh menos mal que está bien!.-¿Cuándo volverá?.

-Pues no creo que tarde ya mucho, supongo que en un par de semanas estará sirviendo macarrones como siempre.

-¿Un par de semanas?, pobre, menudas migrañas... está bien, ya volveré dentro de unos días.

-¿Quieres que le digamos algo de tú parte?.

-No, gracias.

-Está bien, ¿le decimos al menos que te has pasado por aquí?.

-No, mejor...mejor decidle que tengo su jersey.-Muchas gracias por todo y que aproveche.

-Por descontado que se lo diremos, ¿No quieres quedarte a cenar aquí?, mira que tenemos los mejores tallarines al pesto de la manzana.

-¿De la manzana?.

-Sí, los del restaurante de la esquina dicen que tienen los mejores del mundo, pero los nuestros son los mejores de esta manzana.

-¿Cómo con los Stradivarius?

-Exacto, una chica lista.

-Bueno, se intenta. Muchas gracias pero ya me pasaré otro día a probar esos tallarines, ahora debo irme, gracias.

-Adiós, por cierto, ¿Cómo te llamas? así se lo digo a Miguel.

-Marina, dile que me llamo Marina.


Bien, ya que no había podido ver a Miguel me dispuse a ir al pub a ver si tenía mejor suerte y veía a Sparow. Cuando estaba a punto de llegar al pub levanté la mirada y vi el balcón dónde Miguel y yo cenamos, esos cojines en vez de sillas y el mantel con el color como el mar después de una tormenta. Vi sus ojos verdes, su jersey verde claro, su risa, su copa de vino. Sin darme cuenta me encontraba en el metro de vuelta a casa, ni si quiera había llegado a ver la Harley colgada de la pared del pub. Volvía con sólo un pensamiento, de hecho sólo un nombre, Miguel.

Marina

viernes, 4 de marzo de 2011

Mientras dormía...


Era un lugar idílico. Rodeado de montañas se encontraba el lago de aguas cristalinas y en medio, envuelta en sus aguas, me encontraba yo. No había nadie conmigo allí y yo nadaba, jugaba a dibujar ondas en el agua con las puntas de los dedos y a aguantar lo máximo posible debajo del agua porque al sacar la cabeza de ella una seductora brisa llenaba mis pulmones y me hacía sentir completamente viva. No había ningún ruido que no fueran mis chapoteos o los pájaros que volaban de un árbol a otro. Tenía el cuerpo, despojado de cualquier ropa y hundido bajo el agua pero mantenía la cabeza fuera y con los ojos cerrados dejaba que la pequeña corriente de agua que había me llevara y me arrastrara a dónde fuera, porque ese lugar era seguro. Abrí los ojos, el sol, cerré los ojos, los volví a abrir, una pequeña nube que atravesaba el cielo, los cerré, los abrí y vi a las hojas de los árboles moverse, cerrados, cerrados, cerrados, un destello de luz se posó en mi mirada aun teniendo los ojos cerrados, los abrí y la luz, ahora deslumbrante e hiriente del sol, me cegaba, la corriente empezó a arrastrarme más fuerte, notaba que me cogía de los pies y los estiraba hacia dónde ella quería, me dolía mucho, me hundió en el agua, no podía salir, no veía nada, se me acababa el oxígeno y aquello no paraba de coger y tirar de mis pies, me los hubiera arrancado si hubiera podido. Pero de repente, algo seguro y nuevo, aunque en el fondo conocido, me cogió de la mano y me llevó hacia él, la corriente se fue y mis pies quedaron liberados, saqué la cabeza a la superficie y respiré de aquella brisa que antes se me antojaba fresca y que me llenaba de vida. Miré hacia mi alrededor pero no vi nada, ni un rastro de aquello que me había salvado de la eternidad de las aguas. Una nube pasó delante del sol y entonces lo pude ver, algo o alguien nadaba hacia la orilla opuesta a donde estaba yo. Empecé a nadar y aunque sea totalmente incompatible, llegué a volar en el agua sólo para llegar hacia esa figura que se movía ágilmente. Cuando la tuve más cerca pude ver que esa figura era una persona, un hombre en la orilla del lago de espaldas a mí. Me puse en pie y me aproximé lentamente hacia él, me quedé unos segundos quieta y luego, le abracé quedándonos así unos largos, acogedores y únicos segundos. La nube se apartó del sol y quedé otra vez ciega en medio de la luz, pero le notaba, estaba allí aunque no le viera. Le besé lentamente la espalda hasta llegar a su cuello, se giró y me acarició la cara con sus manos, me puso mi mojado pelo detrás de las orejas, me besó en la frente y se fue, caminando y sin mirar atrás. Intenté llegar otra vez hacia él, pero no conseguía llegar nunca y sin más, le perdí de vista. Y yo me quedé allí, otra vez sola, con la brisa fresca y los pájaros volando de un árbol a otro pero ahora el agua estaba fría, gélida y ya no daba ningún gozo bañarse en ella.
Desperté en mi cama, estaba lloviendo y el agua de la lluvia entraba por la ventana de mi habitación, estaba fría, gélida.
Marina

viernes, 18 de febrero de 2011

Tina, la iluminada


A los dos días del accidente con los cacahuetes aun no me encontraba del todo bien por lo que estaba todo el día en casa, con el pijama, las zapatillas y el pelo más revuelto imposible de imaginar.
Mis padres me habían dejado durmiendo en mi cama porque tenían que llevar a mi hermano a una fiesta de cumpleaños. Recuerdo que estaba en un sueño profundo, de esos en los que ni siquiera hay lugar para los sueños, mi consciencia era un gran agujero negro. Pero entonces escuché algo que me hizo abrir los ojos, primero me di media vuelta y volví a dejar que mis pestañas se encontraran con mis marcadas ojeras, pero el ruidito era incesante y no paraba de sonar, envolví mi cabeza con la almohada formando un curioso "hot dog" pero como el ruido no paraba no tuve otro remedio que levantarme y averiguar qué es lo que era.

Finalmente, después de cinco minutos arrastrando los pies por el suelo de casa descubrí que el ruido no era más que el telefonillo. Lo descolgué con desgana y entonces, una voz chillona y penetrante entró en mí por mis oídos, Tina.

-Marina, soy yo. Ábreme.
-Tía, estoy hecha un asco y además estoy cansada.
-Mira, seguro que te he visto en peores situaciones y de lo que estás cansada es de estar todo el día tirada en la cama sin hacer nada. Abre.
-Venga, sube. Voy a ir preparando algo para tomar y hablamos.

Creo que no llegué a acabar de decir esta frase que ya la tenía en mi rellano.
Me dio un abrazo enorme.

-Te he echado de menos.
-Pero si sólo hemos estado dos días sin vernos.
-¿Te parece poco?
-Sí, demasiado poco.- me reí y la abracé igual o más fuerte que ella había hecho antes conmigo. -Pasa, voy a poner agua a hervir para hacernos una tisana y sacaré cookies de chocolate... aunque yo no puedo comerlas aún.
-Vaya, es que menudo susto Marina... no se te puede dejar sola.
-Anda, pero si estabas conmigo en el bar en el momento en que me comía los cacahuetes.
-Mentirosa... yo estaba con la chica que conocí y tu estabas hablando con un tio que estaba como un tren.
-Ya... no sé ni cómo se llama.- Saqué el agua ya lo suficientemente caliente y puse una poca en cada una de las tazas, Tina añadió la bolsita de tisana.
-Pues creo que tienes mucho que explicarme.
-No lo dudes, tengo muucho que decirte. Y te sorprenderá.
-Ya... pues creo que la que te va a sorprender voy a ser yo.-Dio un mordisco a una cookie causándome una envidia descomunal, cogió aire y dijo: Creo que me he enamorado.
Me reí, de la boca me salió todo el trago de tisana que había tomado, me continué riendo por al menos un minuto , cuando vi que realmente Tina no bromeaba paré en seco.
-¿Ya?, no sabía que era tan gracioso.-dijo con un semblante algo ofendido.
-Lo siento, es que... me ha sorprendido mucho, pero explica explica.
-Es la chica que conocí en el bar, se llama Julia y no me la he quitado de la cabeza desde entonces.
-Era muy guapa.
-Lo sé, pero no es eso. Nos besamos una vez pero ya está, no pasó nada más, tan sólo estuvimos hablando toda la noche hasta que salió el sol y el pub cerró.
-Pues éso no es nada normal en ti, tus noches no suelen acabar con una simple charla.
-Marina, no sé lo que me pasa.
-Si ya me lo has dicho antes, estás enamorada.
-Pero... si sólo estuvimos hablando unas cinco o seis horas.
-A veces es necesario tan sólo un segundo, te lo digo por experiencia. ¿Cómo es ella?.
-Bueno, tiene el pelo más suave del mundo, de un color castaño oscuro que le realza sus ojos también oscuros, tiene una pequeña cicatriz rosada en la barbilla, pero no se le nota mucho porque tiene una tez muy clara y bueno, es... genial. Está haciendo prácticas en un bufete de abogados y habla castellano, catalán, inglés y turco. Es divertidísima, toca el saxofón en una orquestra y puede mover las orejas. Le gusta viajar, estuvo viviendo dos meses en Dublín y fue allí dónde aprendió a hacer cerveza. Le encanta leer y Antonio Machado es su poeta preferido, ¡igual que yo!. Es fantástica Marina, jamás he conocido a nadie como ella.
-Vaya, te gusta de veras.- me quedé maravillada, Tina estaba enamorada, era algo insólito, me alegré mucho por ella porque sabía que algún día encontraría a la chica y que en su caso, sería la buena.
-¿Qué hago Marina?.- dijo con una cara de verdadera preocupación.
-¿Cómo que qué haces?, volver a verla, estar con ella y hablar. Podéis ir a tomar algo, al cine o simplemente ir a pasear, es lo que se suele hacer en estos casos.-Tina nunca había tenido una relación que durara más de una noche y estas cosas no las conocía.
-Tengo miedo.
-No lo has de tener, saldrá bien. En fin, es Julia, ¿no?, parece una chica genial y seguro que también quedó "iluminada" contigo.
-Eso espero.
-Claro que sí boba.
-Marina.
-¿Sí?.
-Gracias, no sabía qué hacer. ¡Ah!, y la tisana y las galletas buenísimas.
-De nada, y bueno... ¿no quieres que te cuente mi parte?.
-Me muero de ganas por escucharla.

Le expliqué todo lo que había pasado con Sparrow en su casa y en el hospital, le confesé lo que pensé estando en la camilla del hospital y le hice partícipe de lo que pensaba hacer. Y como era de esperar también la sorprendí.

Marina

lunes, 31 de enero de 2011

En la camilla...

Estirada en la camilla, minutos después de que Sparrow se fuera y minutos antes de que mis padres vinieran a verme, empecé a pensar sobre cómo había cambiado todo.
Nunca he deseado cruzar el pasillo central de una descomunal iglesia rodeada de flores blancas, envuelta en un precioso y largo vestido blanco mientras un cuarteto de cuerdas tocan la marcha nupcial y nunca se me pasó por la cabeza que la persona que me esperara al otro lado del pasillo con los nervios a flor de piel fuera algo parecido a un príncipe de algún país nórdico... de eso, ya se encargaba mi hermana pequeña. Supongo que ésta sí era la boda que ella quería.
Yo me conformaba con encontrar a ese alguien hecho para hacerte sentir bien cuando estás mal y hacerte sentir aún mejor cuanto toda te va ya genial. Alguien con el que compartir los éxitos y porqué no, también los fracasos. Alguien al que enviar un sms a las tantas de la noche y hacerle sentir bien. Alguien que me hiciera sentir deseada. Alguien al que, aunque no me diera cuenta, necesitara. Alguien con el que ir compartiendo gestos. Alguien al que sacar la lengua o guiñar el ojo.
Recapacité en cuántas veces había creído encontrar a ese "alguien". En todas las ilusiones puestas en un "proyecto" que después, tan sólo quería tirar por la ventana.
Antes de mi estrepitosa caída en el autobús había tenido ya algunas relaciones. A los cuatro años (quizá el que te hace sentir más como una auténtica princesa), a los catorce (rápido y nada bonito), a los dieciocho (el más largo, el más novedoso, el que te hace dejar de pisar el suelo y en mi caso, con el que .... se notó más el deseo y la tentación que el amor) y a parte de estos tres, ninguno más.
Sí es verdad que me había fijado, pero por miedo, por vagancia o por descuido, renuncié.
Nunca me he sentido deseosa de tener una relación, de hecho, no la quería, no la necesitaba y siempre que lo pensaba me agobiaba. Además, siempre lo he pasado muy bien, con mis amigos, mis padres, mi hermano, la universidad, las fiestas, los bares, Tina y sus continuas locuras.
Pero hay un momento, que todos experimentamos, en el que se enciende algo dentro de ti, quizá no sabes muy bien qué es, pero lo descubres cuando te das cuenta de que no tienes a ese "alguien" del que hablaba antes.
Ese momento para mí fue la fiesta de la que ya escribí en la primera entrada de este blog.
Y entonces, segundos antes de que mis padres aparecieran por la puerta de la habitación, me di cuenta de que quizá había dejado escapar a ese "alguien". Quizá tenía su jersey, quizá lo único que quedaba de él era una apretujada lata de Cocacola tirada en la basura o que quizá no era ninguno de esos dos y era el camarero del pub o el enfermero que me había atendido. No podía saberlo. Pero de una cosa me percaté, a todos esos "alguien" los había conocido por casualidades, de hecho, por malos momentos. Y pude descubrir que quizá en estas cosas del amor (y me cuesta mucho escribir esta palabra) la ley del "causa y efecto" no existe.
Justo cuando vi entrar a mis padres de la mano, supe que lo que había pasado en los últimos días había sido por algo, supe que tenía que volver a ese restaurante hindú, supe que tenía que devolver el jersey a Miguel, supe que tenía que volver al pub de Gràcia y supe que tenía que comprar una funda de sofá a Sparrow.
Mientras escribo esto ya sé quién es ese "alguien". Sé si es uno de ellos dos o no, sé si fui una tonta que deliraba en la camilla o es que realmente, tuve una buena corazonada. Pero es algo, que ahora no voy a escribir... porque a esta historia aún le queda mucho para contar.
Marina

miércoles, 26 de enero de 2011

Las cartas sobre la mesa


No tardó en venir, llevaba una lata de Cocacola en la mano.

-¡Buenos días!, ¿Qué tal te encuentras?.

-¿Qué me ha pasado?- le pregunté mientras él se acercaba cuidadosamente a mi camilla.

-Que no me hiciste caso.

-¿Cuándo?.

-Cuando estábamos en el bar- dio un trago de Cocacola.

-¿En qué no te hice caso?.

-Te dije que no comieras los cacahuetes pero no me hiciste caso, es más, recuerdo con una completa y absoluta nitidez cómo me dijiste que siempre haces lo que quieres.

Le hice una mueca, él tenía toda la razón del mundo.

-Bueno, y bien bien, ¿qué me ha pasado?.

-Una intoxicación y una deshidratación de caballo es lo que te ha pasado, y bueno, por no mencionar la cantidad de alcohol que tomaste anoche.

-Oooh soy ridícula.

-No, no lo eres- se sentó en la butaca y echó un vistazo a la revista que había encima de ella.


Un silencio catedrático se apoderó de la habitación. Cerré los ojos por unos segundos, luego los volví a abrir para poder ver qué hacía Sparrow. Él seguía leyendo la revista de decoración.

-¿Qué haces?- le pregunté, echaba en falta hablar con él.

-¿A ti qué te parece?- contestó sin levantar los ojos de la revista.

-Bueno, seguro que jugar al parchís no.

-Vaya, desde luego tu pérdida de conocimiento ha afectado a tu capacidad de retórica.

-Vaya, desde luego tu revista de decoración ha afectado a tu capacidad de empatía.

-Uhmmm, podría haber estado mejor, Susannita. Estoy mirando a ver si encuentro un sofá bueno, bonito y barato porque desde luego el que tengo está para tirar.

-Yaa, bueno lo siento.

-Tranquila. En la página 128 hay uno que está bien. Sale a 80 euros.

-¿¿80??, menuda ganga.

-Sí, por persona no está mal.

-¿Por persona?, ¿Vives con alguien más?.

-No.

-¿Entonces?.

-A ver Marina, el sofá será mío, ¿pero por culpa de quién tengo que comprarme uno nuevo?, además, lo vamos a disfrutar más veces.

-Vale, vale, vale. Punto uno: No pienso pagarte el sofá, lo mío ha sido un accidente y lo ibas a tirar de todas formas, recuerdo con una completa y absoluta nitidez (pronunciando sus antiguas palabras) cómo me lo dijiste (me guiñó un ojo). Punto dos: no me culpes de nada, como ya hemos dicho... fue un accidente. Punto tres: ¿A ti qué te hace pensar que lo vamos a disfrutar más veces?.

-¿Y el punto cuatro?- me dijo con ganas de que abordáramos ese punto, pero yo no tenía ni idea de a qué se refería. Entonces caí, acababa de llamarme por mi verdadero nombre, Marina.

-¿Cómo lo sabes?- le pregunté un poco a la defensiva.

-Tuvimos que mirar tu identidad en el DNI. Sabía que me mentías. ¿Por qué lo hiciste?.

-No sé... bueno, supongo que de vez en cuando es bueno ser otra persona.

-Pero eso es un delito.

-No, no lo es. Es un delito suplantar una identidad, yo simplemente he inventado ser alguien que no soy.

-Igualmente arderás en el infierno por mentir.- soltó algo irónico.

-En el infierno ya estuve anoche contigo.

-¿Sí?, vaya, porque yo estuve en el cielo.

Callé, no sabía qué decir en ese momento, quizá sí que me había afectado mi pérdida de conocimiento.

-Dime el tuyo.-le dije duramente.

-¿El qué mío?.

-Tu nombre.

-No te lo pienso decir.

-Yo ya te he dicho el mío.

-No, yo he descubierto el tuyo- dijo enfatizando el "yo".

-Dímelo, por favor.

-Jamás, Marina, un buen capitán nunca se quita el sombrero.


Y sin más se levantó de la butaca, apretujó la lata de Cocacola y la tiró en un papelera que había en la habitación. Después, salió por el umbral de la puerta.

Pasaron semanas hasta que le volví a ver.

lunes, 17 de enero de 2011

Cacahuetes

Desperté de repente, confundida por una extraña sensación. Sabía dónde estaba y sabía lo que había pasado. Pero algo malo me recorría por dentro. Miré a mi izquierda y allí estaba el Capitán Sparrow completamente desnudo pero envuelto estratégicamente entre las sábanas para que no se viera nada de nada. Me di cuenta de que él no era el único que estaba desnudo en la cama, no me importaba. De repente una sacudida dentro de mí me hizo levantar de la cama de un salto. Ya sabía que es lo que me estaba recorriendo por dentro, los cacahuetes.
Tiré de las sábanas tan fuerte como pude y me las puse en forma de túnica griega, empecé a corretear por la casa, ¿¡Cómo en un piso tan pequeño era incapaz de encontrar el lavabo!?... no podía más, aquello subía y subía. Me notaba mareada, me apoyé en el sofá y... y ya no pude hacer nada por evitarlo. Lo que tenía que salir de mí salió. Fue a caer todo encima del sofá. Me encontraba fatal, me senté cómo pude en el suelo, estaba sudando y me había manchado el pelo. Me vino otra arcada más, creía que la podía controlar, así que me levanté dispuesta a retomar mi búsqueda del baño, pero fue ponerme en pie.... y todo volvió a caer encima del sofá.
-¿Susanna?- Sparrow me buscaba, ¿Por qué? ¿Por qué me iba a tener que ver así?.
Respondí con un extraño ruído, como un pequeño gemido, el sonido que haría un animal al estar herido de muerte.
-¿Susanna?- seguía sin verme, pero en seguida apareció por la puerta del salón. -Ay Dios Susanna, ¿Qué te pasa?.
-Lo siento, de verdad que lo siento mucho. He buscado el baño pero no lo he encontrado y bueno... te he dejado el sofá hecho un asco.- me sentía totalmente avergonzada.
-Ei no, no pasa nada. Total, estaba hecho un asco y lo iba a tirar pero me daba palo y nunca lo hacía, ahora tú has hecho que realmente desee tirarlo-me dijo mientras se aproximaba a mí y me acariciaba el pelo.
-Oooh, me siento fatal.... perdóname.- me volvieron a coger sudores fríos y eché otra tanda de cacahuetes en el sofá.
-Oye, tú estás muy mal. Creo que tendríamos que llamar al médico, puede que tengas una intoxicación y te tengan que medicar.
-Nooo, no pasa nadaaa , esto no es nada... en seguida se me pasa... tú... tú... tú ve a vestirte- Acababa de darme cuenta de que mi Jack Sparrow personal llevaba tan sólo sus ajustados boxers.
Era una escena penosa. Yo tirada en el suelo, desnuda, envuelta en las sábanas sobre las cuales habíamos.... habíamos dormido..., con el pelo revuelto, pegajoso, estaba sudada, pálida, me temblaba todo el cuerpo, me apestaba la boca, todo me daba vueltas, me estaba mareando mucho.... me maree muchísimo, después ya no vi nada.
Lo siguiente que recuerdo es una luz muy potente iluminándome, no, no estoy muerta, la luz provenía de una lámpara. Después pude distinguir sombras, sonidos... creo que querían hablar conmigo.. pero no sabía qué eran. A los pocos segundos descubrí que estaba tendida sobre una camilla, tapada con sábanas blancas y que esos sonidos eran palabras que articulaba un médico hacia mí.
-Ei, ¡despierta!, vamos abre los ojos, haz un esfuerzo... así, muy bien, muy bien. ¿Sabes dónde estás?
Miré a mi alrededor, un montón de aparatos médicos se habían adueñado de esa pequeña sala en la que estábamos, al lado derecho de la camilla dónde estaba había una butaca vacía con revistas de decoración. La habitación tenia una claridad que cegaba.
Asentí.
-Muy bien, guapísima. ¿Y sabes porqué estás aquí?- me preguntó un hombre en bata blanca de médico.
Pensé... y me acordé del accidente de los cacahuetes y el sofá. Noté cómo me iba haciendo pequeña de la vergüenza que estaba pasando.
Volví a asentir.
-Perfecto. Estás bien, no te pasa nada, puedes estar tranquila. Vas a estar unas horas más aquí para asegurarnos de que todo marcha bien, te haremos algunas pruebas y después ya podrás irte para casa, ¿Sí?.
Por tercera vez consecutiva, asentí.
Bueno te dejo aquí sola un momento y en seguida avisamos a tu acompañante y le decimos que has despertado, tienes suerte, llevaba sentado todo el rato en esta butaca pero justo hará tres minutos marchó un momento a por un refresco. Venga, descansa un poco más. Ahora mismo nos vemos.
Me quedé tendida en esa incómoda y pequeña camilla de hospital. Pero, y aunque otra vez había hecho el ridículo delante de un chico que merecía la pena.... me sentía totalmente afortunada.
Marina