viernes, 12 de agosto de 2011

Cuando menos lo esperas...

Cuando tienes un examen de una de las asignaturas más duras de tu carrera a la mañana siguiente, lo que menos deseas es que acabe la jornada en la facultad y tener que volver a casa, comer algo rápido y ponerte a estudiar recordando a toda la familia de quienquiera que hubiese intervenido en la creación o descubrimiento de aquello que estudias. Y con ese deseo de alargar todo lo que se pudiera la vuelta a casa bajábamos Tina y yo las escaleras hacia el patio exterior de la facultad mientras repasábamos los apuntes que entraban para el examen del día siguiente, resolvíamos dudas, nos aguantábamos las lágrimas que estaban a punto de caer de nuestros ojos e implorábamos a todos los dioses para que se produjera un milagro. Pero a veces, y cuando menos te lo esperas, tu suerte puede cambiar.

-No entiendo por qué tenemos que estudiar esto. Se supone que nosotros no podemos recetar nada.-criticaba Tina a los cuatro vientos-. No necesito saber de qué está compuesto el Prozac, ni cuándo se ha de administrar, ni nada eso.
-Ya, si tienes razón pero es que lo que hay- dije para mi sorpresa en vez de continuar la crítica de Tina.
-Claro, a ti esto se te da bien, pero no todos tenemos esa suerte-protestó.
-Bueno, la suerte es muy relativa- mientras decía esto un rostro atrajo mi mirada-. Joder- esta última palabra me salió del alma.
-¿Qué?- quiso saber Tina.
-¿Ves a ese chico de la sudadera de rayas?-dije disimulando.
-¿Ése?-preguntó Tina señalando con el dedo.
-Shhhhh, no señales que nos va a ver-supliqué.
-Vale, vale tranquila. Ohm ¿es el de la sudadera amarilla?
-No, es una sudadera gris- dije haciendo ver que leía los apuntes cuando en realidad mis ojos sólo enfocaban una cara.
-Vale, creo que ya lo veo. Que sepas que es una sudadera amarilla a rayas grises pero bueno, eso ya es como el enigma de las cebras.
-¿Qué dices?, es gris con rayas amarillas-contesté muy muy segura de mí misma (y estaba en lo cierto).
-Bueno, vale y qué pasa- preguntó Tina que estaba ya harta de tantos disimulos.
-Pasa que es Miguel.
Inconscientemente fuimos acercándonos cada vez más a él.
-¿¡Miguel!?-gritó Tina incrédula.
-Sí, Miguel.
-¿El Miguel del bus?, ¿el Miguel de la cena?, ¿el Miguel del helado?
-Sí, todos esos son él.
-Uhhh pues es más guapo de lo que me imaginaba. Le pega Miguel, sí tiene cara de Miguel-aseguró Tina.
-Vale y ahora qué hago, ¿me acerco a él?- aunque poco a poco estábamos más y más cerca ya de él.
-Claro, no creo que esté aquí por alguna otra razón que no seas tú. Va, no seas tonta es Miguel.
-Ya, y qué digo, qué hago... me acerco y digo:- ¡Miguel! ¿Cómo tú por aquí?-grité.
Pero no hizo falta porque en ese mismo instante se giró hacia donde estábamos nosotras.
-Sí, suele pasar, cuando dices mucho el nombre de alguien que está cerca de ti éste acaba girándose-susurró Tina sin que él llegase a oírlo.
-Mi...Miguel, ¿qué estás haciendo aquí?-le pregunté algo incómoda por la situación.
-Dije que te llamaría, pero que no me dieras tu número dificultó mucho la tarea, así que he indagado por donde está tu facultad y bueno, aquí me tienes.
-¿Cómo has sabido que es esta mi facultad?, hay muchas de psicología-le pregunté con mi mirada sospechosa.
-Hice una lista de posibilidades y da la casualidad de que esta es la segunda de la lista-se explicó-. Ayer no acerté-añadió.
-Me alegro de que hayas acertado- dije no muy convencida-. ¡Oh!, ella es Tina, una amiga- le dije después de que Tina me diera un disimulado pero doloroso codazo.
-Hola, yo soy Miguel- dijo antes de dar dos besos a Tina.
-Sé quién eres- le contestó Tina con media sonrisa.
-Bien, ¿tenéis algo que hacer u os apetece ir a tomar algo?- preguntó Miguel.
-Bueno, Tina ya se iba- anuncié.
-¿Ah sí?-me preguntó Tina.
-Sí- le aseguré yo.
-Bueno pues Miguel, un placer conocerte- dijo guiñándole un ojo.
-Lo mismo digo- contestó él.
Cuando Tina ya se había ido nos miramos a los ojos y nos cogimos de la mano. Fue ese contacto el que me hizo darme cuenta de que él era Miguel, el de las pecas en los brazos.
-Vaya, es muy simpática tu amiga- dijo Miguel para quedar bien.
-Sí, bueno, parece que te tire los tejos ¿verdad?- no me hizo falta ver cómo Miguel afirmaba con la cabeza para continuar-. Actúa así con todo el mundo, pero no te preocupes, no es peligrosa... a no ser claro, que tengas tetas.
-Pues a su desgracia y a tu fortuna, no, no las tengo- dijo antes de reírnos- y bueno, ¿te apetece que vayamos a comer algo?, estoy hambriento.
Y entonces recordé el examen que tenía al día siguiente.
-Lo cierto es que sí tengo algo que hacer, lo siento- dije con pena.
-Tranquila, ¿qué tienes que hacer? o bueno no me lo digas, como prefieras- dijo, con pena también.
-Mañana tengo un examen. No lo llevo mal, pero he de repasar.
-Vaya... bueno, dame tu número y te llamo para quedar- ofreció mientras sacaba su móvil del bolsillo de la sudadera.
-Aunque se me está ocurriendo algo que podríamos hacer, siempre que quieras claro.
-¿Tú estás en esos planes?- preguntó.
-Sí-contesté.
-Entonces claro que quiero- dijo mientras a mí se me caía la baba con él.
-No hay nadie en mi casa, así que podrías venir, cocino algo, comemos y repasamos juntos el examen.
-Me parece perfecto- declaró con felicidad en la voz-. Excepto por un detalle.
-¿Cuál?- quise saber.
-Que cocino yo.

Marina

2 comentarios:

  1. Guaaaaauuuuuu!! Miguel está muy enganchado de Marina, eso parece amor más que un simple cosquilleo. Vuelve a escribir pronto, seguro que saltan miles de chispas la primera vez que estén solos :) Besos!!

    ResponderEliminar
  2. Increíble dónde puedes terminar buscando "túnica griega" en Google. Me ha encantado la historia, ojalá regresen la inspiración y las ganas para que la continúes... nunca es tarde si la dicha es buena...

    ResponderEliminar