sábado, 26 de junio de 2010

Nuestro melocotonero


En el jardín de mi antigua casa de York teníamos un melocotonero, si hay algo que hecho realmente de menos de mi ciudad natal es ese árbol.

Recuerdo muy buenos momentos a su lado, cuando yo tenía muy pocos años de vida mis padres me leían cuentos a los pies del frondoso melocotonero para que me durmiera bajo su sombra. Recuerdo también que cada domingo de los meses de verano íbamos a la piscina del barrio residencial y al volver, siempre nos esperaba un gran vaso de zumo de melocotón, jamás he probado un zumo tan y tan dulce como aquél. Ya cuando me hice más mayor mi padre colgó un pequeño columpio que mi abuelo, Marc, nos había hecho para que pudiéramos jugar mi hermana y yo.

Fue mi hermana la que quiso plantar ese árbol después de que se llevara el disgusto de su vida al ver como sus amigos y el niño que por aquel entonces le gustaba dejaban de ir a su fiesta de su quinto cumpleaños para ir a la anunciadísima merienda que organizaba la familia de la niña más rica, guapa, lista, arisca y con los mejores juguetes de su escuela para presentar a los vecinos a un nuevo miembro de la familia, un limonero.
Mi hermana, que estaba muy triste le contó lo sucedido a nuestro abuelo y él, que siempre fue galán de su gran dote para la palabra y para decir justo lo necesario le dijo lo siguiente: -Cariño, esa niña podrá tener el mejor limonero del mundo pero sus limones siempre serán ácidos y necesitará de azúcar para poder endulzar sus zumos, pero tú no necesitas nada más, no necesitas otras cosas para endulzar tus zumos, pues un melocotón siempre ofrece dulces zumos. No bastó nada más que esas palabras para devolverle la sonrisa a mi hermana, acto seguido mi abuelo llevó a mi hermana hasta una floristería y allí compraron semillas para plantar un melocotonero que no nos traería nada más que felicidad.

Desde entonces, ese melocotonero y mi hermana crecieron juntos, cada vez ellos eran más altos, tenían más hojas, eran más fuertes y resistían más a los fuertes vientos pero un día como otro cualquiera, el melocotonero dejó de crecer y más tarde se marchitó para siempre y de la misma manera que él, también lo hizo mi hermana.


Marina

1 comentario:

  1. Hola!!

    Ahora ya entiendo completamente el texto de "como una marioneta".
    Es muy bonito, a ver cuando nos desvelas mas detalles.

    Besoss**

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