lunes, 6 de septiembre de 2010

Calor


-¿Seguro que es aquí?- dije poniendo cara de duda pues estábamos entrando en la portería de un bloque de pisos, que dejaba mucho que desear, por cierto.
-Sí, está en el tercer piso- contestó mientras abría el ascensor dejándome pasar a mí primera.
Empecé a tener miedo: ¿Y si no era de fiar? ese era uno de los últimos sitios en los que alguien desearía estar a solas con un desconocido. Busqué maneras de escapar por si las moscas pero no encontré ninguna ventana ni ninguna puerta trasera, estaba totalmente atrapada.
O también cabía la posibilidad de que fuera un cerdo pervertido y me estuviera llevando a su piso donde él querría pasar al postre directamente y aunque yo me resistiera tendría que acabar complaciéndole pues no había escapatoria ninguna. Me temblaban las piernas.
Miguel, si es que él se llamaba así, picó al timbre que estaba al margen derecho de una puerta pintada de granate con la pintura saltada, en ella habían cinco cerraduras distintas y ninguna de ellas parecía estar en desuso. La luz de la escalera se apagó. De dentro del piso empezaron a oírse pasos, eran muy lentos, estaban cada vez más cerca y cada paso que escuchaba hacía que me diera un vuelco el corazón, se escuchó el ruido del abrir de una cerradura, dos, tres, cuatro y cinco cerraduras... la puerta se abrió.
-Hola, muy buenas noches, ¿Venís a cenar?- nos preguntó con una simpática sonrisa un hombre de unos 67 años, bajito, con una panza enorme y con un tono de voz que enseguida te transmitía confianza. Los dos afirmamos con la cabeza. -Pues pasad, no os quedéis ahí. Nos quedan dos mesas libres, una en el salón y la otra en el balcón, ¿Cuál os apetece? con la calor que hace os recomiendo la del balcón.
-Pues esa mismo, ¿Te parece bien, Marina?- me preguntó Miguel con una sonrisa casi angelical que disipaba todas las dudas y los miedos que había tenido al entrar en el bloque de pisos.
-Claro, me parece perfecto.
-Acompañadme por aquí. Vaya Miguel, hacía mucho tiempo que no te pasabas por aquí. La última vez viniste con esa chica de las muletas, ¿Carla se llamaba?, parecía simpática pero veo que la cosa no funcionó... te confesaré algo, la chica con la que vienes hoy parece aún más simpática y en guapura supera con creces a la otra. Y voila, esta es vuestra mesa.
Así que este restaurante era donde Miguel trae a todos sus ligues. Por Dios, y tonta de mí estaba empezando a sentirme especial.
La mesa era preciosa, era bajita, de madera de cerezo, tenía un mantel de colores azules que recordaban al mar después de una tormenta de verano, seis velas pequeñas, redondas y de diferentes colores la decoraban y las sillas.... ¡no habían sillas! en lugar de sillas habían dos cojines uno magenta y el otro lila.
-¿Cuál prefieres?- me preguntó Miguel, ahora estaba segura de que se llamaba así, mirándome a los ojos y después mirando a los cojines.
-¿Q... qué?- tartamudeé.
-¿Qué cojín prefieres?, ¿el lila o el rosa?.
-Mmm, me da igual, el magenta está bien.- e hice el primer intento de sentarme.
-¿Magenta?, es claramente rosa- bromeó mientras se sentaba en el lila.
-Sí, un daltónico diría exáctamente lo mismo- dije en el segundo intento, la falda me apretaba demasiado y no podía cruzar bien las piernas.
-¿Puedes?, espera moveré la mesa y así...
-Oh no no, no hace falta, es sólo... falta de práctica, pero ya casi estoy, ayyyy, no pueedo- decía con la cara de una persona que hace días que no puede ir al baño- mmmmmmmm, sólo he de cruzar esta pierna y......¡¡¡RAS!!!- frené en seco y una pequeña brisa de aire empezó a colarse por mi falda. -Ayyy......-miré hacía me trasero y pude certificar mi peor presentimiento, la falda tenía un agujero enorme, me quedé con los ojos como platos, casi tenía ganas de llorar y no sabía qué narices hacer.
-Toma, átate mi suéter a la cintura.... vaya Marina, para serte sincero, no esperaba ver tanto esta noche- y empezó a reírse sin ningún tipo de pudor. No sé que cara le debí poner porque paró de reír en seco. -Escucha, haremos como si nada hubiera pasado, ¿verdad que ahora te puedes sentar cómodamente? pues sentémonos y disfrutemos de la cena, la noche y la compañía- sus palabras, su voz y sobretodo su mirada me convencieron y me senté dispuesta a disfrutar de la velada.
-Que no te engañe el lugar ni Emilio, el que nos ha acompañado hasta la mesa- me aclaró. -Emilio es un excelente chef, estuvo viviendo en Nueva Delhi durante 25 años y allí aprendió todo lo que sabe de cocina hindú. En un viaje a Nueva York conoció a su esposa, Charlotte y al poco tiempo decidieron abrir un restaurante hindú en el Soho, tuvieron mucho éxito y el restaurante recibió excelentes críticas y hasta hará un par de años aún seguía abierto e igual de exitoso, pero Emilio y Charlotte se cansaron del restaurante y decidieron venderlo e irse a vivir a Barcelona para disfrutar en plenitud de la vida, pero como puedes ver no han durado mucho sin dedicarse a su pasión y abrieron esta especie de restaurante al ver la nueva tendencia de los restaurantes semisecretos que hay en casas particulares, sobretodo de Gràcia, y de momento no les va nada mal.
-Vaya, nunca había oído esto de los restaurantes en particulares, me parece una idea brillante.
-Y lo es, es una idea buenísima. ¿Sabes qué vas a pedir?.
-Pues no tengo ni idea, lo más internacional que he comido ha sido una pizza, así que imáginate. Él me sonrió y me llenó el vaso de agua. -¿Me dejas que te recomiende?- preguntó con otra de sus sonrisas. -Claro- le contesté.
-¿Tienes alergia a algo?
-Sí, a la penicilina- contesté algo extrañada, ¿para qué quería saber a qué era alérgica?.
Esbozó una gran sonrisa. -No, digo alergias a algún alimento.
-Ah- me sonrojé. -No, no tengo alergia a nada, pero no puedo con los melocotones.
-¿Y eso?
-Bueno, digamos que me gustan pero me acaban dejando un mal sabor de boca, traumas de la infancia supongo.
-Vales pues pediremos...
-¿Qué es lo que hay en medio de la mesa? ¿Tacos?- le pregunté con curiosidad.
-No bien bien, son chapatis, es una especie de pan, ahora está frío pero si está caliente es un verdadero manjar untarlo con ghee que es una especie de mantequilla. Bien pediremos de primero palak paneer que es queso sin fermentar untado en una salsa de espinacas, está realmemte para chuparse los dedos y de segundo kheer.
-¿Kheer?.
-Sí, es un pudin de arroz con nueces y pasas, delicioso- me respondió mientras se relamía el labio inferior.
-Tiene muy buena pinta. ¿y de postre?.
-Barfi, es el postre rey en Delhi y por supuesto Emilio lo hace de muerte.
-De acuerdo, ¿y no vamos a pedir lassi?- le pregunté haciéndome la interesante.
-¿Lassi?- dijo arrugando la nariz. -¿Qué es?.
-Es una bebida lactea muy fría que sirve para acompañar las comidas picantes y será ideal para el palak paneer.- le contesté haciéndome la chula.
-¿Así que no tenías ni idea, eh?.
-Te lo confesaré, soy de York así que un poco sí que entiendo de comida india -mis cejas subieron a mi frente para hacerme la interesante.
-Vaya, así que lo más internacional era una pizza, ¿eh?.
-Exacto, por cierto, prueba superada.
-Buff qué respiro.-y después de decir esto silbó. ¿Querrás vino?
-No me gusta mucho el vino, la verdad. Mejor un refresco.
-A a a a a- negó. -Deja que elija, mis padres tienen una pequeña bodega y de pequeño correteaba por allí, así que de vinos sé un rato.
-Está bien, sorpréndeme - sonreí.
-Creo que un tinto semidulce irá muy bien con la cena, aquí tienen uno de mis preferidos, es de California y está hecho con uva White Zinfandel, ¿Qué te parece?.
-¿Perfecto?, no tengo ni idea. Ni siquiera sé la diferencia entre tinto y rosado.
-Pues no se hable más, lo apuntaré en la hoja. Aquí hay que apuntar lo que quieres en esta hoja y llevarlo hasta la cocina así el trato es más personal y el servicio más rápido.
-Vaya es otra muy buena idea.
Miguel se levantó a llevar la hoja hasta la cocina y me le quedé mirando mientras se alejaba, su pelo moreno peinado a lo Ashton Kutcher, su piel clarita, su camiseta verde lima, sus pantalones tejanos y sus zapat.... me olvidé de los zapatos y llevé la vista arriba, ¡pero qué culito!, ni grande ni pequeño, bien puesto y redondito, no pude evitar morderme el labio inferior aunque hubiese deseado poder morder otra cosa, se giró de repente y me pilló que casi se me caía la baba, me sonrió y se sentó en su cojín mientras cogía un trozo de chapati.
-La maceración- me dijo nada más acabar de masticar el trozo de chapati.
-¿Qué?- pregunté confundida.
-Es la diferencia entre un vino tinto y un vino rosado. El vino rosado es un vino tinto con poca maceración- Y dejó caer una de sus sonrisas.
Cogí un trozo de chapati para poder llevarme algo a la boca, no sé si iba a poder aguantar sin estampar a Miguel contra la pared y comérmelo poquito a poco, tenía mucha calor.
Marina

1 comentario:

  1. que cita tan hermosa, muy original y romántica. existen sitios así en Barcelona? tengo que conocerlos!

    Un saludo!!!

    q tal todo?? ;)

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