domingo, 1 de mayo de 2011

Esta vez sí

Fueron las dos semanas más largas de mi vida. Por la mañana, al despertarme, todo se me hacía cuesta arriba porque significaba que aún tenían que pasar X días hasta poder ver a Miguel, las clases eran aburridas ni siquiera Tina me las podía animar, las tardes eran peor porque tenía que estudiar sin ganas y con la cabeza más en Gràcia que no en el libro que tenía delante y por las noches sufría pequeños episodios de insomnio que por suerte se arreglaban con dos valerianas. Ahora entendéis por qué fueron unas pésimas semanas, ¿verdad?.

Pero por suerte ( o por desgracia ), todas las cosas tienen un tiempo limitado y esas dos semanas no iban a ser una excepción. Ese lunes desperté contentísima, desayuné como nunca y hasta le di un beso de buenos días a Martí, las clases pasaron rápido y ese día Tina parecía estar envuelta en un aura que con tan sólo mirarlo una oleada de carcajadas te salían de lo más interior de tu ser.
Una vez en casa me senté a leer un ratito pero en 40 minutos no pasé de página ni una sola vez pues tenía algo en el estómago con lo que se me hacía imposible prestar atención a la historia, finalmente desistí y dejé el libro encima de mi cama. No sabía qué podía hacer para entretenerme así que me decidí a ir andando hasta Gràcia ya que eso seguro que me entretendría y así haría estómago para poder comer unos buenos tallarines al pesto en el restaurante de Miguel.

Por uno de esos caprichos del destino esa semana se estrenaba la nueva entrega de "Piratas del Caribe" así que en todas las paradas de autobús y en todas las marquesinas con las que me cruzaba por el camino aparecía el rostro del Capitán Jack Sparrow y cada vez que lo veía se me aparecía la sonrisa pícara de mi particular Capitán. Decidí que eso no estaba bien ya que en cuestión de minutos iba a ver a Miguel así que me pasé el resto del camino mirando hacia los adoquines de las calles. Así, unos adoquines hexagonales y con dibujos de Gaudí me indicaron que ya estaba en Passeig de Gràcia y que tan sólo tenía que callejear un poco más para llegar al restaurante.

A eso de las 20.30 mi mano derecha se encontraba girando el pomo del restaurante mientras que en la mano izquierda tenía cogida fuertemente la bolsa en la cual llevaba el jersey de Miguel. Conté hasta tres antes de abrir la puerta, estaba algo nerviosa... uno, doooos, dos y medio, dos y tres cuartos, dos con nueve, dos con nueve períooodo y cuando ya se me acababan los número para llegar hasta el tres la puerta se abrió para dentro y yo, que estaba bastante apoyada en ella... caí a cuatro patas sobre el suelo del restaurante. Por suerte, nadie pareció haberse dado cuenta y tan sólo tuve que recibir las atenciones del camarero que había tirado de la puerta debido a mi indecisión para hacerlo.

-Vaya, lo siento, ¿está bien?- dijo casi de carrerilla el camarero que había abierto la puerta.


-Sí, creo que no me he hecho nada - y entonces me dí cuenta de que el labio me sangraba un poco. El camarero debió percartarse también y me acompañó ambclemente hasta el baño de mujeres. Cinco minutos después salí del baño sin sangre en los labios pero con la dignidad por los suelos.


-¿Quieres quedarte a cenar? invita la casa por lo ocurrido-. Pobre camarero, creo que se veía con una denuncia puesta.


-No, no qué va. Bueno, sí, me quedo a cenar pero tranquilo, no hace falta que invite la casa-. El camarero de acento cubano me estuvo insistiendo durante más de dos minutos y finalmente llegamos a un acuerdo, el restaurante me invitaba a las bebidas. Después del regateo me acompañó hasta mi mesa y me pidió rápidamente nota.-Unos tallarines al pesto y un agua natural de grifo, gracias-. El camarero después de indignarse por el agua y de reír por lo bajo se fue hacia la cocina para anunciar mi pedido.

Si la primera vez que vi aquel restaurante se me antojó como un lugar desconocido, por aquel entonces ya se me antojaba como un sitio familiar.
Sorprendentemente lo primero que hice no fue buscar desesperadamente a Miguel, sino comer un paquetito de palitos de pan que había al lado de los cubiertos y aunque la sal de los palitos hacía que me escocieran un poco los labios hay que reconocer que estaban deliciosos. Después de esto, ya sí que empecé a mirar, disimuladamente, hacia todos los lados del restaurante, pero no había ni rastro de él. Empecé a preocuparme e intenté autoconvencerme de que si me habían dicho que iba a estar sólo dos semanas de baja iban a ser dos semanas, ni un día más, ni un día menos y que hoy ya tenía que estar trabajando. Decidí pensar en otra cosa y entonces me percaté de que esta vez no había notado el olor de salsa a los cuatro quesos que siempre ronda en la atmósfera del restaurante, así que me concentré y concentré hasta que por fin me percaté de ella y supuse que no la había notado porque mi olfato ya se había acostumbrado a ella. También me obligué a pensar en el examen que tenía en dos días y del cual sabía que nadie iba a salir vivo porque la Peláez nos iba a escarmentar por nuestro comportamiento, ya que no parábamos de hacer bromas con los nombres de los fármacos, como por ejemplo "lapdelpeltiubdeal" que era un estimulador del ánimo y el nombre del cual recodábamos gracias a esta oración "la pesada de la Peláez tiene un bigote descomunal". Pero como humana que soy caí en la tentación de volver a preocuparme por la ausencia de Miguel, llevaba ya más de 20 minutos en ese restaurante y aunque yo no le hubiera visto, él ya me habría visto a mí y me habría venido a saludar, en teoría. Pero de repente, cuando ya no me apetecía estar allí y muchos menos me apetecía ese plato de tallarines al pesto una copa de vino rosado apareció en mi mesa, miré a mi derecha y allí estaba él, allí estaba el chico de las pecas en los brazos, allí estaba Miguel.


-¿Siempre tienes que entrar a los sitios haciendo numeritos?-. Una sonrisa dulce y divertida asomó en nuestros respectivos labios aunque los míos aún estuvieran algo resentidos del golpe contra el suelo del restaurante. Empecé a recordar mi estrepitosa caída en el autobús y en la del restaurante y empecé a ponerme un poco roja.


-Ya ves, las buenas costumbres nunca se abandonan.-Respondí algo avergonzada.

-Tienes mucha razón, por eso te he traído este vino rosado, como en nuestra cena.- y se frotó el labio inferior con el superior, un gesto que ya había hecho a menudo y que a mí me encantaba.

-Desde luego es mucho mejor que el agua de grifo que había pedido-.Repuse.

-Infinitamente mejor.- me miró fijamente a los ojos, me dijo un pequeño adiós con la mirada y después se fue a servir más mesas.

Aunque yo estaba segura que ese "adiós" con la mirada no era más que un "hasta luego".






Marina

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